(Gregorio de la Berrueza).
Vigilante, guardián, que vela.
Se sabe que ingresó muy joven en la orden de san Benito, en el monasterio de San Cosme y San Damián de Roma y que a la muerte de su abad fue elegido su sucesor, a pesar de su fuerte oposición. Desempeñó el cargo con tanto celo, prudencia y suavidad que pronto la disciplina monástica brilló en el monasterio, debido a sus exhortaciones y virtud. El papa Juan XVIII le nombró cardenal y obispo de Ostia. Le encomendó además el cuidado de la biblioteca apostólica, cargo que desempeñó con acierto y sabiduría.
La Rioja y Navarra, según cuenta la leyenda, fueron destruidas por una terrible plaga de langosta y sus habitantes pidieron socorros a la Sede Apostólica, el Pontífice envió como su legado a Gregorio. Sabemos que en el 1039 se encontraba en Nájera, entonces capital del reino, y que causó admiración por su bondad, su sabiduría y sus milagros. Gregorio recorrió las zonas devastadas, consolando y predicando. Organizó ayunos y rogativas públicas, les exhortó con palabras de conversión y parece que la plaga desapareció. En este recorrido tuvo como discípulo a santo Domingo de la Calzada, que fue su paje y que junto a él inició su vida religiosa. Los cinco años que duraron sus trabajos, lleno de continuos sacrificios e incesantes fatigas, debilitaron su salud. Se retiró a Logroño donde murió. Sus restos reposan en el pueblo de Los Arcos en la jurisdicción de Sorad de la Berrueza en La Rioja.
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