Martirologio Romano: En Arlés, en la Provenza, san Virgilio, obispo, que recibió como huéspedes a san Agustín y a sus monjes, cuando viajaban hacia Inglaterra por encargo del papa san Gregorio I Magno.
Originario de Aquitania, Francia. Fue monje en Lérins, abad del monasterio San Honorato de Lerins. Cuenta la leyenda que una noche estaba el santo paseándose en la playa cuando vio un extraño navío cerca de la costa; sobre la cubierta, trabajaban algunos marinos, quienes desembarcaron y vinieron al encuentro de Virgilio. Le saludaron por su nombre, le dijeron que su fama había llegado hasta el extranjero y le aseguraron que si les acompañaba a Jerusalén, haría mucho bien a los cristianos y alcanzaría un alto grado de perfección. Pero Virgilio no se dejó engañar y, haciendo la señal de la cruz, replicó: «Las mañas del enemigo no pueden engañar a los soldados de Cristo y vosotros sois totalmente impotentes contra los protegidos de Dios, porque la oración ha arrojado al dragón de la Isla de San Honorato y el demonio no tiene en ella ningún poder para hacer mal». En cuanto el santo acabó de pronunciar estas palabras, el navío y los marineros desaparecieron.
El nombre de san Virgilio no figura en la lista de los abades de Lérins; en algunas crónicas figura como un monje de Lérins que más tarde llegó a ser abad del monasterio de Saint-Symphorien de Autun, y durante una treintena de años, arzobispo de Arlés.
El Papa san Gregorio Magno le tenía en tan gran estima que hizo de él su vicario para toda la Galia. Como tal, le incumbió “reunir un concilio de doce obispos de todos los lugares, donde se exponía cualquier disputa relativa a la disciplina o la fe" y parece que ordenó a san Agustín como obispo de Canterbury a petición del papa san Gregorio Magno; los hospedó en su ciudad cuando marchaban a evangelizar Inglaterra.
San Virgilio gobernó su diócesis con gran vigor; su celo lo llevó demasiado lejos en una ocasión, pues san Gregorio le reprendió por haber intentado convertir, por la fuerza, a los judíos de su arquidiócesis y le recomendó que se limitase a orar y predicar. San Virgilio construyó varias iglesias en Arles y las tradiciones sobre su vida dicen que gozó de dones taumatúrgicos. Fue sepultado en la iglesia de San Salvador, que él mismo había construido. Tiene culto local.
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