
Fue llamada para dirimir las discordias entre las ciudades y en el interior de ellas, entre las facciones de güelfos y gibelinos. Esperanza fue, además, una santa itinerante, desde el inicio de su vocación hasta los últimos momentos de su vida. Intentó imitar a Cristo con el desapego de los bienes terrenales. Su vida de peregrinación le permitió viajar por numerosas ciudades y edificar a los cristianos con la palabra, con el ejemplo y con los milagros. Visitó Roma, Spoleto, Gubbio, Recanati, Fossato di Vico, Fabriano, Cagli y la tradición nos dice que fue a Tierra Santa. Después de largas peregrinaciones, se estableción en Cingoli, vistiendo el hábito benedictino en el monasterio de San Michele. A causa de su santidad y autoridad moral, fue elegida abadesa.
La leyenda cuenta el célebre milagro de las cerezas. En el mes de Enero, la santa llamó a algunos albañiles para la restauración y ampliación del monasterio. Les preparó de comer y al final de la comida les preguntó si querían alguna otra cosa. Los albañiles, bromeando, le respondieron que querían cerezas frescas. La santa, después de orar, se le apareció un ángel con un cesto de cerezas y se las llevó a los albañiles, los cuales, asombrados, le pidieron perdón por la broma. Su sepultura pronto fue meta de peregrinaciones y lugar de gracias y milagros. Sus restos incorruptos se conservan en el monasterio benedictino de Santa Esperandea en Cingoli.
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