20 de septiembre de 2014

San JUAN CARLOS CORNAY. (1809-1837).


Martirologio Romano: En la ciudadela de Són-Tây, en Tonquín, de Indochina, pasión de san Juan Carlos Cornay, presbítero de la Sociedad Parisiense de Misiones para Extranjeros y mártir, que a causa de su confesión cristiana, después de sufrir crueles suplicios murió seccionado y degollado, por orden del emperador Minh Mang.

Natural de Loudun (Poitiers), era hijo de un comerciante de telas de Rouén. A los 18 años ingresó en el seminario de Poitiers, llevando una vida ordenada y devota. Pero un día un misionero marista habló sobre el trabajo que desarrollaban los misioneros en Oriente que eran enviados por Propaganda Fide, y aquello le dejó impresionado.
Decidió ser misionero de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, a pesar de una cierta oposición de sus padres; no era más que diácono cuando fue enviado a la misión de Sechuén en China. Llegó a Macao en 1832. La falta de guías adecuados le hizo esperar en Hanoi el momento propicio de llegar a su destino; en esta ciudad fue ordenado sacerdote en 1834. Atacado por las fiebres, tenía el escrúpulo de ser inútil, pero muy pronto le fueron asignados dos catequistas, los futuros santos Vicente Duong y Pedro Vu Van Truat, mártires también. Con ellos fue ordenado cargo del trabajo pastoral en Bau No, donde abundaban los cristianos.
Una delación le condujo a su arresto y al martirio. Los habitantes de Bau No no habían logrado expulsar de su pueblo, tras entregarlo al mandarín, a un jefe de piratas. La mujer de éste para vengarse de los cristianos entregó a Juan. Los soldados lo sometieron a la canga y dejaron al sol, y después lo encerraron en una jaula. Él logró que le dejaran varios libros de oraciones y un crucifijo. En la jaula fue trasladado a la capital de la provincia, Son Bay. Tras la jaula iban diez cristianos también presos. En el camino el mandarín les mandó que cantaran pues había oído hablar de la buena voz de Juan Carlos. Al llegar a la ciudad, el pueblo los rodeó porque nunca habían visto a un europeo y él aprovechó para hablarles del Evangelio.
Permaneció en la jaula con la canga, y pudo escribir una carta a su familia dándoles la noticia de su próxima muerte. Los mandarines querían que apostatase y que pisara la cruz, pero él se negó. Fue condenado a muerte un mes más tarde y acompañado por 300 soldados, fue sacado al campo y entre la multitud distinguió al sacerdote padre Thé, que le dio la absolución sacramental.
Le desnudaron y ataron sus extremidades a unas estacas con el fin de descuartizarlo, pero el mandarín ordenó que le cortaran primero la cabeza, y así fue como murió. Luego lo despedazaron y los verdugos se comieron su hígado para participar de su valor. Los cristianos consiguieron recuperar su cuerpo que hoy está enterrado en la iglesia edificada en su honor en Chieung. 

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