Martirologio Romano: En Turín, en la región del Piamonte, san Ignacio de Sandone (Lorenzo Mauricio) Belvisotti, presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, asiduo en atender a penitentes y en ayudar a enfermos.
Nació en Santhià, Santa Ágata, Vercelli (Italia). Se llamaba Lorenzo Mauricio Belvisotti. Ingresó como seminarista en la colegiata de su pueblo. Realizó sus estudios superiores en la ciudad de Vercelli. Fue ordenado sacerdote en 1710. Fue capellán instructor de una familia noble de Vercelli, al mismo tiempo que colaboraba en misiones populares organizadas por los jesuitas, entre los que escogió a su director espiritual. En 1713 rehusó el cargo de canónigo rector de la colegiata de Santhià. En 1715 aceptó desempeñar el ministerio pastoral en una parroquia, pero un debate jurisdiccional sobre el nombramiento resultó providencial para su futuro, pues lo impulsó a dejar la sotana clerical para vestir el sayo capuchino.
En 1716 ingresó en el noviciado de los capuchinos de Chieri y tomó el nombre de Ignacio al profesar. Fue prefecto de sacristía, director de acólitos y confesor; trabajó apostólicamente con celo extraordinario. En 1731 fue nombrado maestro de novicios en el convento de Mondovi. Con gran acierto supo sostener a los novicios en las pruebas más arduas.
En 1744 fue enviado como capellán de las tropas del rey de Cerdeña durante la guerra contra la las armadas franco-españolas (1744-1747). Asistió a los soldados heridos y contagiados en los hospitales militares de Asti, Alessandría y Vinovo, dando siempre muestras de una gran caridad. Restablecida la paz, fue destinado al convento del Monte de los Capuchinos, en Turín, donde residió 25 años, hasta su muerte.
Dividía su actividad entre el convento y la ciudad. Cada domingo explicaba la doctrina cristiana y la regla franciscana a los hermanos legos y cada año dirigía los ejercicios espirituales a su comunidad. En la iglesia era el confesor más solicitado. También realizaba un apostolado fecundo bendiciendo en sus casas a las personas que ya no podían acudir a él hasta el convento. Tuvo dones taumatúrgicos y el pueblo lo bautizó como “el Santo del Monte”. A su convento acudieron innumerables personas, sencillas e ilustres, atraídas por su fama de santidad. El cardenal arzobispo le pedía con frecuencia que le diera a conocer los casos de personas más necesitadas, para prestarles ayuda. Murió en la enfermería del convento después de un año de enfermedad. Fue beatificado por Pablo VI en 1968 y canonizado en 2002 por Juan Pablo II.
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