
La obediencia lo destinó primero a las fraternidades de Vélez-Málaga y Lebrija (Sevilla). Tras el Capítulo provincial de 1919, fue nombrado profesor y rector del Colegio Seráfico de Chipiona, a la vez que organista y maestro de coro del Santuario. En 1921 pasó a Estepa (Sevilla), y al año siguiente volvió a Chipiona como vicario del Colegio, director de la Orden Franciscana Seglar y de la Pía Unión de San Antonio; de 1922 a 1928 se dedicó, además, a la docencia de teología dogmática y de literatura universal y española. En cuantas tareas se le confiaron, por diversas y gravosas que fueran, demostró siempre una ejemplar dedicación y competencia. Fue el primer superior y rector del Colegio de San Pantaleón de Aras (Santander) que su Provincia abrió en 1930, y permaneció en esos cargos hasta julio de 1932, permaneciendo luego allí otro año más como vicario. A su dedicación al colegio y a la comunidad, añadía siempre con generosidad el ejercicio de la predicación y de la administración de sacramentos, tanto en la iglesia conventual como en la parroquial.
Nunca llegó a ver satisfecho su ferviente anhelo de ser misionero entre infieles, aunque logró pasar a la Misión de Marruecos en 1933. Unas fiebres malignas, contraídas al llegar a Tetuán, lo obligaron a regresar a España en diciembre de 1933, primero a Estepa y, algunos días después, el 16 de los mismos, ya más recuperado, a Fuente Obejuna (Córdoba) como guardián o superior de aquel convento. Los dos años y medio restantes de su vida fueron una época muy brillante para él y para la Iglesia, entregándose totalmente a la asistencia de los grupos parroquiales, a la OFS, a la Pía Unión, a la juventud Antoniana, desarrollando una importante actividad pastoral desde el confesionario, y sobre todo desde el anuncio de la palabra, llegando a ser llamado por el obispo de Córdoba para que misionara por los pueblos de la diócesis.
Los días 20 y 22 de julio de 1936, las autoridades de la ciudad realizaron varios registros en el convento con la excusa de buscar las armas allí escondidas. El día 27, so pretexto de protección de sus personas, sacaron a los frailes del convento, que al día siguiente fue saqueado por las turbas, y los tuvieron detenidos en las oficinas de Telégrafos, hasta ser conducidos el 14 de agosto sucesivo al palacio de la marquesa de Valdeloro, lugar convertido en prisión. El 20 de septiembre por la noche fueron trasladados en siete camiones, en compañía de 50 seglares, cuarenta y tres de los cuales fueron fusilados a pocos Km de la ciudad, mientras que los siete restantes y nuestros religiosos fueron trasladados al cercano pueblo de Azuaga (Badajoz) y encerrados en la cárcel.
Hacia las 9 de la noche cinco de los religiosos y los siete seglares sufrieron el martirio. Quedaba vivo en la cárcel el P. Félix Echevarría. Según confesión de un miliciano, intentaron por todos los medios hacerle blasfemar (le dieron dos palizas y dos tiros en las piernas, le sacaron los dos ojos, le cortaron una oreja y al final la lengua). Al no conseguirlo, acabaron con él rematándolo a culatazos de fusil en la boca y en la cabeza. Después de cuatro horas de agonía, murió mártir como los otros compañeros.

Su primer destino fue el convento de Fuente Obejuna, en el que permaneció hasta que los superiores lo destinaron a Tierra Santa, adonde llegó en 1922. En una primera época prestó servicio en el santuario del Santo Sepulcro en Jerusalén, en Belén y en San Juan in Montana de Ain Karem. Después los superiores lo enviaron a Siria, a estudiar el árabe en el colegio de Alepo; llegó a dominar esta lengua, así como el francés y el italiano. Habida cuenta de su preparación, lo nombraron coadjutor de Knaje, en la misma Siria, después coadjutor de Alepo y, en 1928, superior y párroco de la nueva residencia de Er-Ram. Permaneció en Siria hasta 1931, y luego lo trasladaron como párroco a San Juan in Montana, a 6 Km de Jerusalén, y allí permaneció tres años.
En septiembre de 1934, habiendo cumplido doce años de servicio a la Custodia de Tierra Santa, regresó a España. Estuvo unos meses en el Colegio de Chipiona y, en mayo de 1934, marchó al que sería su último destino, Fuente Obejuna, de donde salió, junto con sus hermanos de comunidad, camino del martirio.

La primera tarea que le confiaron los superiores fue la de la enseñanza, que alternaba con la predicación, en la escuela del convento de Puente Genil (Córdoba), de la que lo nombraron director en 1922. Al año siguiente le llegó la obediencia del Ministro general de la Orden para que se incorporara a las misiones de Tierra Santa. Comenzó este nuevo servicio en el Santo Sepulcro de Jerusalén, al que llegó en 1923; allí se le confió enseguida, como músico que era, el cargo de director del coro y del canto en el oficio divino nocturno, en el culto litúrgico y en las procesiones. Estos mismos oficios los ejerció de 1927 a 1929 en la Basílica de la Anunciación en Nazaret.
Llegó a España de regreso en 1929, y fue destinado como profesor, primero a Puente Genil y después a Vélez-Málaga. Debido a la quema y destrucción de los conventos llevada a cabo en mayo de 1931, tuvo que abandonar el convento de Vélez-Málaga. Luego estuvo algún tiempo en Coín, y en enero de 1933 pasó al convento de Fuente Obejuna, como vicario de la comunidad. Su actividad apostólica se centró en la dirección de la Juventud antoniana y de las Hijas de María; en todos dejó una profunda huella de su gran talante franciscano. Además, fundó una biblioteca popular.
En julio de 1936 volvió a experimentar los efectos de la persecución religiosa, que había probado ya en 1931, pero esta vez culminó con el martirio.

Permaneció aún dos años en el Colegio de Nuestra Señora de Regla, hasta que los superiores lo destinaron a la Misión de Marruecos, hacia la que partió en 1895. En Marruecos permaneció casi once años ocupado en las tereas domésticas de las casas a que lo enviaron. En 1906 volvió al Colegio de Chipiona. De 1911 a 1915 estuvo de familia en el convento de Lebrija (Sevilla), y luego regresó al de Chipiona, donde se distinguió, en 1918, por la heroica abnegación con que cuidaba a las muchas personas afectadas por la grave epidemia de gripe que aquel año causó tantas muertes en España y en otras partes del mundo. A principios de 1919 fue destinado al convento de Fuente Ovejuna en el que permaneció hasta su muerte, encargado de la sacristía, siendo con su vida un hermano ejemplar para los frailes, y de gran edificación para los fieles.
Era un modelo de hermano laico franciscano: humilde, afable, tenaz, tranquilo y sereno, marcado por una gran mansedumbre y dulzura seráfica, que le valieron tanto en Marruecos como en España fama de auténtica santidad. Coronó su santa vida del modo más digno y acorde con su espíritu: recibiendo la palma del martirio.

Fue un religioso amante del trabajo, dócil, humilde y servicial, que atendía con esmero los diversos oficios domésticos de la fraternidad. Cuando estalló la persecución religiosa, fue detenido con los demás miembros de su comunidad, y con ellos asesinado.

Seguidamente lo enviaron al Colegio de Nuestra Señora de Regla en Chipiona para hacer los estudios de filosofía. Debido a una grave enfermedad de la garganta, y para que pudiera continuar ejerciendo el servicio del canto litúrgico que tanto amaba y en el que era verdaderamente brillante, por consejo de los médicos lo trasladaron al convento de Fuente Obejuna. Ya recuperado y cuando se disponía a regresar a Chipiona lleno de ilusión por continuar su formación y llegar al sacerdocio, le sorprendió la persecución religiosa de julio de 1936. Dios lo llamaba a dar el más alto testimonio de amor. Pronto fue apresado y sin razón martirizado con los demás frailes del convento.
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