Martirologio Romano: Memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires en Nagasaki, ciudad de Japón. Allí, declarada una persecución contra los cristianos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte ocho presbíteros o religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús y de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos. Todos ellos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados cruelmente en cruces, mas manifestaron su alegría al haber merecido morir como murió Cristo. Sus nombres son: Juan Soan de Goto, Diego Kisai, religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio Denyan de Nagasaki, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura de Meako, Gabriel de Duisco, Juan Kinuya, Matías de Meako, Francisco de Meako, Joaquín Sakakibara y Francisco Adaucto, neófitos. El día de su martirio fue ayer.
Hasta el 1590, los misioneros cristianos no tuvieron dificultades para predicar en el Japón, pero improvisamente, el shogun Taicosama decretó la expulsión de sus estados de los misioneros jesuitas. Gran parte de los religiosos se quedaron, escondiéndose y prosiguiendo su trabajo de apostolado de modo semiclandestino. Pero la llegada de nuevos misioneros y su excesivo proselitismo obligaron a Taicosama en 1596, proclamar el decreto del arresto de todos los misioneros. Las causas de la persecución fueron múltiples: cuestiones personales, intereses políticos, envidias, codicias, actitudes fanáticas, y la jactancia de un capitán español que para asustar a los que le embargaban el barco aseguró que tras los misioneros, el rey de España mandaba una flota de conquista.
Pablo Miki (1562-1597). Nació en Tsunokuni, Kioto (Japón). Hijo de un samurai del ejército imperial, Miki Handayu, que había recibido el bautismo con toda la familia, cuando él contaba cinco años. Entró en la Compañía de Jesús en Auzhi y Takatsuki, y predicó incansablemente. Se escribió de él que "mostraba su celo más con el afecto que con las palabras". Estaba muy cerca del sacerdocio. Era el mejor predicador que había en Japón, había retrasado la ordenación por su entrega a la acción evangelizadora. Tenía 33 años.
Pablo Miki fue capturado en Osaka, con dos compañeros jesuitas, Diego Kisai y Juan Soan de Goto. Trasladado a la cárcel de Meaco, allí se encontró con otros cristianos y misioneros un grupo de 25 personas:
Los franciscanos eran Pedro Bautista, comisario de los frailes en Japón, Martín de la Ascensión, Francisco Blanco, Francisco de San Miguel (un hermano lego), todos ellos españoles; además Felipe de Jesús, nacido en la ciudad de México, que aún no estaba ordenado y cuya festividad se celebró ayer, y Gonzalo García. La nacionalidad del último nombrado, también hermano lego, es tema de discusión, ya que nació en Bassein, cerca de Bombay, se cree que de padres portugueses; pero otros declaran que sus padres eran hindúes conversos que tomaron nombres portugueses.
De los jesuitas, uno era Pablo Miki, ya citado; los otros dos, Juan Soan de Goto y Diego Kisai, habían sido admitidos a la orden como hermanos coadjutores, poco antes de su martirio.
Los diecisiete mártires restantes eran también japoneses; varios de ellos eran catequistas e intérpretes, y todos eran terciarios franciscanos. Incluían a un soldado, Francisco Adaucto; a un médico, Francisco de Meako; a un natural de Corea, León Karasuma, y a tres muchachos de unos trece años que ayudaban la misa a los frailes, santos Luis Ibarki, Antonio Deynan y Tomás Kozaki, cuyo padre también fue martirizado. Conviene recordar, que era costumbre practicada en el Japón que cuando el que hacía cabeza en la familia era acusado, el castigo recaía sobre todos los miembros de ella.
El shogun Hideyoshi decretó la muerte de estos cristianos en la ciudad de Meaco; se les cortó la mitad de la oreja izquierda, marcándolos afrentosamente para el sacrificio, con las mejillas manchadas de sangre, veinticuatro de los mártires fueron llevados en carretas a través de varias poblaciones para aterrorizar a los demás. Al llegar al sitio de la ejecución cerca de Nagasaki, se les permitió confesarse con los dos jesuitas. Después los sujetaron a las cruces con cuerdas y cadenas en los brazos y piernas; con una argolla de hierro alrededor de sus gargantas, fueron levantados en alto, y se dejó caer el pie de cada cruz dentro de un agujero excavado en el suelo. Las cruces se pusieron en una fila. Junto a cada mártir había un verdugo presto a atravesarle el costado con una lanza, de acuerdo con el método de crucifixión japonés. Tan pronto como todas las cruces estuvieron plantadas, los verdugos elevaron sus lanzas a una señal dada, y mataron a los mártires casi en el mismo instante. Antonio, de 13 años, entonó en la cruz el himno "Lodate pueri Dominum"; Pablo Miki, antes de morir, habló por última vez con elocuencia inspirada, perdonando a todos. Fueron crucificados y atravesados por lanzas. El lugar donde murieron mártires se la conoce como “la colina de los mártires”.
Sus paisanos cristianos conservaron como un tesoro su sangre y sus vestidos, a los cuales se les atribuyen muchos milagros. Estos veintiséis testigos de Cristo fueron canonizados el 8 de junio de 1862 por Pío IX. MEMORIA OBLIGATORIA.
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