Piedra firme. Roca.
Monumento conmemorativo a los 124 mártires coreanos |
Nació en Hongju, en la antigua provincia de Chungcheong (Corea del Sur) en el seno de una humilde familia. Hacia el 1789, junto con su primo el beato Jacobo Won Si-bo, se sintieron atraídos por una nueva religión, la católica. En aquella época, Pedro tenía 57 años. “Si-jang” era su nombre de adulto, ya que según los usos confucionistas, todos los jóvenes que llegaban a la mayoría de edad, recibían un nombre nuevo... era tanta la mortandad, que llegar al estado adulto era ya un logro tal que merecían un nombre nuevo.
Para poder profundizar más en la doctrina católica, dejó su casa durante un año. En este periodo maduró su fe: “La fe católica es una medicina que mantiene la vida humana durante centenares de años”. Cuando regresó a su casa, evangelizó a sus parientes, amigos y a todos los que le escuchaban, aunque era todavía catecúmeno. Evidentemente la gracia moraba en él.
Por su fuerte temperamento fue denominado “el tigre”, pero, al practicar las virtudes cristianas, se amansó. Distribuyó lo poco que tenía entre los pobres y se dedicó a la enseñanza del catecismo entre sus vecinos. Fue por esta labor, por lo que las autoridades civiles supieron de su existencia.
En 1791, cuando arreció la persecución Sinhae, la policía arrestó a Pedro y Jacob: su primo consiguió escapar gracias al aviso de algunos amigos, pero Pedro fue encerrado en el edificio gubernamental de Hongju. Fue interrogado y se le conminó a que renunciara a su fe, delatara a otros católica y entregara los libros sagrados, a lo que, con firmeza se negó.
El magistrado que lo interrogaba, ordenó que lo azotasen en las nalgas 70 veces. A pesar de todo ello, Pedro confesaba su fe y fidelidad a Dios, a sus padres y a las enseñanzas cristianas.
Durante su prisión, fue requerido varias veces por los jueces, para que apostatara, pero él les enseñaba las verdades de la fe. Durante este tiempo recibió la visita de otro cristiano, que lo bautizó.
El juez de Hongju comunicó al gobernador de la provincia, de la situación de los prisioneros cristianos, y recibió la orden de golpear a Pedro hasta que muriera. Después de varios tormentos, el juez intentó de convencerlo de nuevo, apelando a su amor paterno. Cuando oyó hablar de sus hijos, Pedro replicó: “Mi corazón se ha conmovido con las noticias de mis hijos, pero, como el Señor me llama, ¿cómo puedo rechazar su llamada?”.
El magistrado, queriendo terminar con el caso lo antes posible, ordenó que se le diera, según la costumbre, su última comida, antes de que fuera azotado hasta la muerte. A pesar de las palizas, Pedro, todavía seguía vivo... con lo que fue rematado echándole agua conjelada en l cabeza. Pedro pasó sus últimos momentos meditando sobre la Pasión de Cristo, ofreciendo su vida a Dios y dándole gracias.
Fue beatificado por el Papa Francisco en Corea, el 16 de agosto de 2014, junto al grupo de mártires capitaneados por el beato Pablo Yun Ji-chung.
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