
En Francia, en Angers, se contaba una leyenda en la que san Maurilio, obispo de la ciudad del siglo V, le llamaron para bautizar a un niño, pero por una función religiosa, se retrasó, y cuando llegó, el niño había muerto. Tanto se arrepintió el obispo, que decidió huir, y marchó a Inglaterra donde hizo de jardinero, pero allí fue encontrado y le hicieron volver a su diócesis, y en la tumba del niño sin bautizar, lloró tanto su pecado que la tumba se abrió y apareció un niño crecido que salió de la sepultura. Este niño recibió el nombre de Renato, "renacido", y fue el sucesor de Maurilio en la diócesis.
Cuando la casa de Anjou conquistó Sorrento, al conocer la historia del santo local, ya sea por los habitantes italianos, como los franceses, acordaron fusionar el mismo santo en un solo día, con lo cual la leyenda se alargó diciendo que el obispo de Angers apareció en Sorrento, en su vejez para vivir como ermitaño.
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