4 de octubre de 2014

Beata MARTINA VÁZQUEZ GORDO. (1865-1936).


Nació en Cuellar (Segovia) en el seno de una familia de pasteleros y dueños de fincas dedicadas a la agricultura. Conoció a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en Valladolid por un accidente sufrido por su padre. En contacto con el dolor, y viendo la labor desarrollada por las Hermanas, surgió en ella la vocación. Es entonces cuando decidió romper su proyecto matrimonial y ser fiel a la llamada de Dios, si su padre se curaba. En la curación de su padre vio Martina la señal de que Dios la quería para Él. A pesar la oposición del padre para que siguiera su vocación, porque necesitaba de ella para mantener a flote el negocio familia, siguió la llamada e ingresó en las Hijas de la Caridad en 1896.
Concluido el tiempo de Seminario, después de sufrir muchas tentaciones de abandono, recibió su primer destino al Hospicio de Zamora, donde le encargaron los oficios del lavadero y la cocina, trabajo que realizó durante 12 años. Después pasó como Superiora al recién fundado Colegio de la Milagrosa, en la misma ciudad. Era el año 1908 y allí realizó una gran labor. En 1914 la enviaron de Superiora al Hospital y Escuelas de Segorbe (Castellón), donde había muchas necesidades materiales y también muchas deudas. Ante la situación de hambre que por entonces asolaba a muchos pueblos, funda un Comedor de Caridad, la “Gota de Leche” para niños mal nutridos y un pequeño consultorio para madres lactantes. Más tarde, en relación con el Alcalde, crea la Junta Segorbina de Caridad, que fue el sostén del Asilo y Hospital de ancianos. 
Entre los años 1918 al 1923 ocupó el cargo de asistenta en el Consejo Provincial, razón por la que estuvo destinada en la Casa Central de Jesús, 3, en Madrid. En el año 1923 se produce el descalabro de las tropas españolas en el desastre de Annual. Ella fue la responsable de los hospitales militares en este tiempo, desde su puesto de superiora en el de “Doker”, de Melilla (1923-1926). Allí realizó una labor impagable con los heridos y enfermos.
En 1926 regresa de nuevo al Hospital y Escuelas de Segorbe, con ilusión y renovadas energías, continuará su atención a todos. Sor Martina era mujer de fe firme, carácter abierto, valiente, creativa y con gran sentido del humor. Sabía superar las dificultades con optimismo y esperanza, sin arredrarse ante los problemas. Con humildad sabía pedir perdón cuando pensaba que había ofendido a alguien. En 1933 le relevaron del cargo de superiora y siguió en Segorbe, entregada al servicio de los más necesitados.
Al llegar el 25 de julio del 1936, Sor Martina, temerosa de una profanación anunciada, llama a las Hermanas a la capilla para consumir todas las formas. Al día siguiente, 26 de julio, los milicianos invadieron el Hospital y armados despacharon a las Hermanas. Salieron flanqueadas por cuatro milicianos hasta llegar a una casa deshabitada de una de las antiguas alumnas. Allí las metieron, las cerraron y se llevaron la llave. Los milicianos pasaban de vez en cuando para ver si se había escapado alguna. Sor Martina presentía lo que iba a pasar y les decía: “Yo moriré mártir”. A la vez animaba a sus compañeras y les decía: «Tenemos que ser fuertes, el Señor no nos va a fallar. Recemos y pidamos fortaleza al Señor».
Así estuvieron viviendo desde el 26 de julio hasta el 3 de octubre. El día anterior a su martirio, 3 de octubre de 1936, se confesaron por escrito con un sacerdote que vivía en clandestinidad. El día 4 de octubre de 1936 vinieron a por ella. Estaba recostada porque no se encontraba bien. Las hermanas se lo dijeron a los milicianos, pero ellos contestaron que se la llevaban. Se puso el hábito, emocionada abrazó a cada hermana y les dijo: “Hasta el cielo”. Algunas quisieron acompañarla, pero no se lo permitieron. La metieron en el camión de los famosos “paseos” y se dirigieron por la carretera de Algar de Palancia (Valencia). La hicieron bajar del camión y ella, sin oponer resistencia alguna, les pidió que, por favor, esperaran un momento. La pidieron que se volviese de espalda. Pero ella se opuso diciendo: “Morir de espaldas es de cobardes. Yo la quiero recibir de frente como Cristo y perdonar como Él perdonó”. Se puso de rodillas, oró con fervor y reconfortada les dijo: “Si os he ofendido en alguna cosa os pido perdón y si me matáis yo os perdono… ¡Cuando queráis podéis disparar!”. Viva aún, pudo exclamar “Ay Dios mío, ten misericordia de mí”, y seguidamente cayó en la cuneta donde quedó empapada en su sangre. Estos milicianos que la dispararon habían sido alimentados por ella en el Comedor de Caridad que ella había fundado.
Su cadáver fue llevado a la mañana siguiente al cementerio del Algar. En junio de 1959 se trasladaron sus restos de Segorbe a Cuellar (Segovia), a petición de la familia, pues su deseo era reposar al lado de la Virgen de Henar. Fue beatificada el 13 de octubre de 2013 por SS Francisco.

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