Martirologio Romano: En Barbastro en España, beatos Felipe de Jesús Munárriz Azcona, Juan Díaz Nosti y Leoncio Pérez Ramos, sacerdotes Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de la Beata Virgen María y mártires, fusilados por los milicianos en las puertas del cementerio durante la persecución contra la Iglesia por odio a la vida religiosa.
Felipe nació en Allo (Navarra) en 1875. En 1886, ingresó en el postulantado claretiano de Barbastro. Pasó a Cervera para hacer el noviciado y culminó sus estudios sacerdotales en Santo Domingo de la Calzada, donde fue ordenado sacerdote en 1898. Pasó a ser formador de novicios en Cervera, ocupando, después, los cargos de prefecto de postulantes en Barbastro, y de filósofos y teólogos en Cervera. En esta población luchó incansablemente por erradicar la tuberculosis que era endémica en la población. En Alagón fue formador de moralistas. En 1919 fue destinado a Italia, donde se quedó en la casa generalicia como consultor primero. De allí pasó, como consultor segundo, al colegio de Gracia, Barcelona donde fue superior. Posteriormente también fue superior de las casas de Cartagena y Zaragoza.
Como religioso fue un hombre de gran piedad, que mostró un gran amor a su Instituto, caracterizándose por su observancia de la regla y como forjador de misioneros. Como superior, destacó asimismo por su espiritualidad, su fidelidad a la Congregación, su diligencia en buscar el bien de quienes le estaban encomendados y por su hospitalidad. En 1934 fue nombrado superior de la comunidad claretiana de Barbastro.
Juan nació en Oviedo (Asturias) en 1880. Ingresó en el postulantado claretiano de Barbastro en 1893. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en Cervera y Santo Domingo de la Calzada. Era un hombre risueño y simpático. En 1906 fue ordenado sacerdote en Zaragoza. En 1913 pasó como superior en Calatayud y tres años más tarde fue destinado al Colegio Central de Aranda de Duero, en calidad de profesor de Moral. Allí permaneció hasta 1934. En este mismo año fue destinado como prefecto de estudiantes claretianos y profesor de Moral a Barbastro.
Fue un hombre de consejo por sus criterios equilibrados y por su madurez. En Barbastro, preparó a los seminaristas para el martirio.
Leoncio nació en 1875, en Muro de Aguas (La Rioja), en el seno de una pobre familia campesina. En 1889 ingresó como postulante claretiano en el Colegio de Alagón. Estudió en Cervera y en Santo Domingo de la Calzada. Fue ordenado sacerdote en Miranda de Ebro en 1901. Después de pasar por varias casas, en 1907, dada su precaria salud, ejerció como superior de la casa-sanatorio de Olesa de Montserrat, en donde vivió hasta 1913. Desde este año ocupó el puesto de administrador de varias comunidades, ejerciendo este cargo desde 1928 en Barbastro.
Era servicial y hasta espléndido, dentro de los límites de la pobreza. Sufría de hemorragias, y supo sobrellevarlo con gran ánimo. Fue fusilado junto con el beato Ceferino Jiménez Malla "el Pele".
En la tarde del 20 de julio de 1936 unos sesenta anarquistas armados irrumpieron en la comunidad de Barbastro en que residían sesenta Misioneros Claretianos, para practicar un registro y ver si escondían armas, como se había propagado calumniosamente de los religiosos durante aquellos últimos años. A pesar de no encontrar armas, fueron detenidos. Los misioneros vestían sotana. Durante el registro dos sacerdotes lograron salvar la eucaristía, la distribuyeron en parte y la escondieron en un maletín, entre ropa.
Hasta primeros de agosto, el comité de Barbastro se mantuvo en una actitud moderada. A partir del fusilamiento, por error, de cuatro anarquistas de Barcelona, cargados con un botín de objetos religiosos de oro y plata, se presentó en Barbastro Buenaventura Durruti, el jefe anarquista que atacaba Zaragoza, y exigió que se pusiese fin a tanta sotana y a la vida del Obispo, detenido en los Escolapios.
El 2 de agosto, a las dos de la mañana, se llevaron a cabo dos sacas de veinte presos cada una. Los fusilaron en el cementerio de Barbastro. Entre los ejecutados fueron los tres misioneros PP. Munárriz, Díez y Leoncio Pérez, que animaban a los otros sacerdotes a alcanzar la palma del martirio. Murieron al grito de «¡Viva Cristo Rey!». Desde ese día, ya nadie se hizo ilusiones. Había comenzado la hecatombre de mártires de Barbastro. Cada noche circulaban los nombres de las víctimas, y la certeza de que ningún sacerdote ni seglar católico había renegado de su fe, para salvar la vida, a pesar de las ofertas.
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