Martirologio Romano: En la aldea de Híjar, cerca de Teruel, en España, beato Francisco Calvo Burillo, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que, en el furor creciente de la persecución contra la fe, padeció el martirio.

El preámbulo e inicio de la contienda los vivió en casa de su madre donde restablecía su salud algo minada.
Durante las doce horas que estuvo en la cárcel, la noche que comenzaba el 1 de agosto el P. Calvo escribió unas letras a su madre, cuyo original se conserva: "Mamá mía amantísima: ¡Adiós, y ruega por mí! Ya no nos veremos más hasta el cielo. ¡Perdóname! Todo lo que tengo, la máquina y cualquier otra cosa es de la Orden. Reparte el dinero a los pobres... Un abrazo de tu hijo en agonía. Fray Quico".
Pesado y enfermo, su camino al martirio fue de verdadera elocuencia. A los culatazos y empujones, caídas y esfuerzos para poder andar, blasfemias, burlas e insulto, respondía él rezando el Rosario en voz alta. Al llegar al lugar del sacrificio pidió poder terminar el Rosario y morir de frente, perdonando y bendiciendo a sus enemigos. Curiosamente se le concedió todo. Se puso el Rosario dentro de la boca, abrió los brazos en cruz y dijo: «Ya podéis disparar». Una descarga fulminante fue suficiente. Tenía 55 años de edad, 38 de vida religiosa y 31 de sacerdote.
Sus restos mortales fueron trasladados desde Calanda a Zaragoza al cementerio del Colegio de Santa Rosa (Misioneras Dominicas de Pamplona) y desde 1962 descansan en el Convento-Colegio Cardenal Xavierre de Zaragoza. Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001 en la ceremonia de los 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia.
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