Martirologio Romano: En la localidad de Majiazhuang vecina a Daining en la provincia de Hebei en China, las santas mártires Ana Wang, virgen, Lucia Wang-Wang y su hijo Andrés Wang Tianqing, ejecutados por el nombre de Cristo en la persecución de los boxers.
Ana nació en la aldea de Ma-Kia-Tchoang, en Weixian, en el sur de la provincia de Hebei (China), en el seno de una familia cristiana. Aunque su madre era una mujer devota, su padre no practicaba debidamente el cristianismo. Desde pequeña tuvo una gran inclinación por la piedad y el celibato, y tuvo un apoyo, primero en su madre, pero a los 5 años murió la madre y encontró un nuevo apoyo en la fe, en su maestra: sor Lucía Wang. Aunque su padre la obligaba a trabajar desde muy niña, siempre fue la primera en la escuela. En la comunidad cristiana era muy apreciada.
Tiempo después su padre se volvió a casar con una mujer cristiana poco practicante y Ana tuvo que amoldarse a la nueva situación con la mejor disponibilidad. Cuando cumplió 11 años tuvo que casarse en un matrimonio concertado, se escapó de la casa del novio. Volvió a su casa.
Lucía nació en el poblado de Wei-Hsien, China. También es conocida como Lucía Wang Wangzhi, porque el sufijo “-zhi” indica su apellido de nacimiento. Vivía en la aldea de Ma-Kia-Tchoang, en la provincia de Hebei, cuando comenzó la revuelta de los bóxers. Madre de Andrés Wang Tianqing, que tenía 9 años y de una niña de cinco, cuyo nombre no nos ha llegado. Tenía 31 años.
Cuando la persecución de los bóxers, en 1900, una parte de la población huyó del pueblo, y los soldados entraron en la aldea e incendiaron la iglesia. El jefe de la banda puso a los cristianos del lugar ante la disyuntiva de apostatar o morir. Ana se encontraba en la escuela con sor Lucía. Mientras la maestra animaba a las niñas a confiarse a María, ella estaba serena y con la conciencia tranquila. Su padre pensé en ponerla a salvo, pero ella no quiso comprometerlo. Ana se quedó con algunos vecinos animándoles a permanecer firmes en la fe. Sor Lucía, había huído con las alumnas. Allí estaba el anciano san José Wang Yumei, que hacía guardia en la escuela y otras mujeres y sus hijos. Cuando llegó el alba, también llegó un misionero que celebró una misa.
Cuando los soldados llegaron, José les dijo a los presentes, que se refugiaran en los sótanos de la escuela y que él intentaría desviar la atención de los bandidos, acogiéndoles en el ingreso del edificio, pero como José se negara a decir dónde estaban los cristianos, el jefe ordenó disparar contra las ventanas del edificio: ante el fragor de los cristales, los niños se asustaron y comenzaron a gritar y llorar descubriendo así, su escondite. Lucía intentó razonar con los bandidos, haciéndoles ver que ninguno de ellos habían hecho nada malo, pero desistió, para no agravar más la situación, ya crítica por sí misma.
Todos los presentes fueron llevados en carros al pueblo donde tenían el cuartel general los bóxers de la zona en Tai-Ning. Todos fueron interrogados y el primero en morir fue José Wang de un lanzazo en la garganta y después decapitado, dejando un testimonio de su fe y un último intento en defender a los prisioneros.
Como los cristianos no renegaban de su fe, los bóxers adoptaron un sistema para hacerlos ceder: separaron a los hijos de las madres, después les condujeron a una salita con dos estancias. En una había un cartel que ponía: “Liberación” y los soldados habían colocado juedos y diversas mercancías apetecibles, en la otra, había otro cartel que ponía: “Muerte”. Algunas mujeres renegaron de su fe, entre ellas la madrasta de Ana, lo que Ana sintió mucho. Las mujeres que no habían apostatado se les dijo que si no lo hacían morirían sepultadas vivas con sus hijos; les dejaron una noche de reflexión, lo mismo que a las muchachas y adolescentes que allí se encontraban.
Ana, aquella noche, les dirigió la oración para prepararse para la muerte. En la mañana del 22 de julio, mujeres y niños fueron conducidos donde estaban preparadas las fosas. Antes habían sufrido un nuevo interrogatorio, al que no respondieron, animadas por la mirada de Ana. Los soldados les dijeron que si seguían obstinadas, debían entrar en las fosas junto a sus hijos. Las mujeres avanzaron, pero la muchacha les dijo en voz baja, que se arrodillaran mirando la iglesia de su aldea. El jefe, ordenó que todas fueran decapitadas con la espada, comenzando por las más ancianas.
Una de las últimas en caer fue santa Lucía Wang Wangzhi, que llegada la hora, junto a la boca de la fosa en Tai-Ning, el jefe de los bóxers intentó convencerla para que renegara de su fe y pensara en sus hijos. Ella respondió: “Yo soy católica, y católicos son también mis hijos. Si vosotros me mataís por mi fe, matadles también a ellos”.
Después de estas palabras, Andrés comenzó a llorar porque tenía sed. Un soldado, partió una sandía y le refrescó los labios. Al ver esta escena, es soldado se compadeció de su hijo de nueve años y propuso al capitán que le diera permiso para adoptarlo. Pero la madre, viendo el peligro espiritual que corría el muchacho, lo atrajo a sí y dijo: “Yo soy cristiana”, repitió “y también mi hio. Matadnos a los dos, pero a él primero y yo la última”.
El niño comprendió, tiró la sandía, se puso de rodillas y comenzó a orar en voz alta, y se preparó para morir. Con una sonrisa, saludó a Lucía por última vez, después inclinó la cabeza para ser decapitado; inmediatamente después, fue el turno de su madre y de su hermana. Los tres fueron sepultados en la misma fosa.
Cuando llegó el turno de los más jóvenes, Ana se preparó intensificando su oración. La última de todos fue Ana que hasta el final siguió animándoles en la perseverancia; tenía 14 años. El jefe de los bóxers, de nombre Song, ordenó a la muchacha, de abandonar su religión. Ella, inmersa en la oración, no le respondió. Luego, el la tocó y ella le respondió: “Soy católica. No renegaré jamás de Dios. Prefiero morir”. El soldado le dijo que podría ser mujer de un hombre muy rico, a lo que Ana, no escuchó y siguió defendiendo con coraje su fe. Foribundo, Song le cortó un trozo de carne del hombro izquierdo y siguió con sus propuestas, pero recibió el mismo rechazo... y le cortó el brazo izquierdo. Ana permaneció de rodillas, dijo sonriendo: “La puerta del Paraíso está abierta para todos”. Despues, susurrando tres veces el nombre de Jesús, ofreció el cuello al verdugo. Después de decapitarla, su cuerpo no cayó al suelo.
Después de su muerte, sus vecinos comenzaron a invocar su intercesión. Los primeros beneficiados fueron sus familiares: la abuela de Ana murió santamente, mientras su madrastra volvió al catolicismo. Su padre también volvió a la fe, aunque se quedó ciego, aceptó esta condición para expiar sus culpas. Ana Wang es patrona de las adolescentes.
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