Martirologio Romano: En Dijón, en la Galia Lugdunense, san Benigno, venerado como presbítero y mártir.

Al fin llegó a Dijon, donde el gobernador Aureliano ofrecía un sacrificio sobre el altar de Júpiter. Como se negó a participar en el rito, fue azotado con correas. Lo curó un ángel. Al día siguiente lo condujeron al templo por la fuerza y le hicieron tragar las carnes del sacrificio. Él se puso a orar y enseguida los ídolos y el holocausto se convirtieron en humo. Entonces, el gobernador ordenó que le hundieran diez leznas calentadas al rojo vivo bajo las uñas de los dedos de la mano, y que después lo encerraran en compañía de doce perros hambrientos. Seis días después se lo encontró reposando tranquilamente en una cama; un ángel lo había curado y alimentado. Los verdugos que no sabían qué hacer con un supliciado tan invulnerable, le empotraron los pies con plomo fundido en un pilón de piedra, le partieron el cuello con una barra de hierro, y por último le atravesaron el pecho con dos lanzas entrecruzadas. En el momento en el que expiró, los cristianos de Dijon vieron volar hacia el cielo una paloma blanca. Y todavía se le atribuyó un milagro póstumo. Un niño había intentado apagar y hurtar un cirio que ardía en la cripta, ante su relicario, pero surgió un dragón para evitarlo. De esta ensalada de tópicos no hay un solo hecho histórico.
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Tumba de S. Benigno |
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