4 de octubre de 2014

Santa ÁUREA DE PARÍS. M. 666.


Martirologio Romano: En París, de nuevo en la Galia, santa Aurea, abadesa, designada por san Eligio para regir el monasterio que había fundado dentro de la ciudad según la Regla de san Columbano, en el cual llegaron a vivir trescientas vírgenes.

Después de haber fundado y sólidamente haber establecido su monasterio de Solignac en Lemosín, san Eloy, todavía laico, soñó con transformar en hospicio para viajeros una casa que poseía en París. Después de haber reflexionado detenidamente, cambió de opinión y allí fundó un monasterio logrando reunir hasta 300 jóvenes de diversas naciones y niveles sociales. Para dirigir este naciente monasterio fue puesta a su cabeza Aurora o Aurea, hija de Mauricio y de Quiria, consagrándolas a "la severa disciplina de una regla" en la que sin duda se pueden identificar la regla de san Columbano en Luxeuil, monasterio donde san Eloy había sido formado. Esto pasaba en el año 633. Cuando el monasterio fue terminado, san Eloy edificó una basílica en honor del apóstol San Pablo donde recibirían sepultura las siervas de Dios
Hablando de Áurea, san Audoeno de Rouen la elogió diciendo que era una chica digna de Dios. Gobernó esta comunidad durante 33 años. Fue en efecto el modelo de sus hermanas a las que formó por su ejemplo y por instrucciones prudentes sacadas de la lectura del Evangelio, a todas las virtudes cristianas y monásticas. Dios añadió el don de los milagros: se cuenta que alguna vez abriendo la puerta de un horno ardiente, sacó de él los carbones más rojos con sus manos sin recibir daño alguno al hacerlo. La oración perpetua era para ella una práctica inquebrantable. Cuando veía a alguien sufriendo o en la miseria, se afanaba en seguida, con una caridad infatigable, a consolarlo o a socorrerlo.
Murió de peste junto a 160 de sus monjas, otros dicen que murió mártir. La leyenda dice que un ángel había puesto en su cabeza una aureola. Una de las monjas, que se rió de su austeridad, "quedó con la boca torcida". Fue sepultada en la iglesia de San Pablo. Cinco años después, sus reliquias fueron transportadas en la ciudad y depositadas en la iglesia de San Marcial. En esta iglesia se expuso, para la veneración de los fieles, un relicario que contenía parte de sus restos, mismo que en 1792 fue robado por los revolucionarios. Las demás reliquias se ocultaron en diversos lugares, logrando así salvarlas.

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