Martirologio Romano: En París, de nuevo en la Galia, santa Aurea, abadesa, designada por san Eligio para regir el monasterio que había fundado dentro de la ciudad según la Regla de san Columbano, en el cual llegaron a vivir trescientas vírgenes.

Hablando de Áurea, san Audoeno de Rouen la elogió diciendo que era una chica digna de Dios. Gobernó esta comunidad durante 33 años. Fue en efecto el modelo de sus hermanas a las que formó por su ejemplo y por instrucciones prudentes sacadas de la lectura del Evangelio, a todas las virtudes cristianas y monásticas. Dios añadió el don de los milagros: se cuenta que alguna vez abriendo la puerta de un horno ardiente, sacó de él los carbones más rojos con sus manos sin recibir daño alguno al hacerlo. La oración perpetua era para ella una práctica inquebrantable. Cuando veía a alguien sufriendo o en la miseria, se afanaba en seguida, con una caridad infatigable, a consolarlo o a socorrerlo.
Murió de peste junto a 160 de sus monjas, otros dicen que murió mártir. La leyenda dice que un ángel había puesto en su cabeza una aureola. Una de las monjas, que se rió de su austeridad, "quedó con la boca torcida". Fue sepultada en la iglesia de San Pablo. Cinco años después, sus reliquias fueron transportadas en la ciudad y depositadas en la iglesia de San Marcial. En esta iglesia se expuso, para la veneración de los fieles, un relicario que contenía parte de sus restos, mismo que en 1792 fue robado por los revolucionarios. Las demás reliquias se ocultaron en diversos lugares, logrando así salvarlas.
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