Fresco en el monasterio de San Apolo |
La “Historia Monachorum” cuenta que estuvo 40 años en soledad en el desierto de la Tebaida en Egipto. Luego fue abad de un convento de 500 monjes en Hermópolis. Dividían su tiempo entre la meditación en soledad y la oración comunitaria, sin desdeñar la práctica de diferentes menesteres de la vida de tan grande comunidad. El ayuno del miércoles al viernes, la presencia diaria en las funciones litúrgicas durante las cuales se les comunicaba, las penitencias externas, todo orientado hacia la vida de unión con Dios, todo presentado con insistencia por Apolo. La figura de Apolo era muy atractiva: era él quién vigilaba para hacer practicar a sus monjes esta vida ascética armoniosamente equilibrada. Animado de un ardiente espíritu misionero, estuvo preocupado por la conversión del pueblo todavía pagano que habitaban los pueblos cercanos al monasterio. Fue también el pacificador entre las disputas entre los monjes como entre los campesinos. Dejó el desierto para combatir a Juliano el Apóstata. Murió muy anciano.
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