
Según el hagiógrafo en su espiritualidad destacaba el evitar mirar a una mujer y que éstas lo miraran; por ello suplicó al diácono Redento que evitase que cuando fuera por la noche a orar a san Eulalia fuera visto por una mujer. Pero había una “nobilísima y santísima viuda” llamada Eusebia que quería verlo y lo consiguió gracias a la complicidad de Redento, cuando lo vió, Nancto dio un grito y cayó como si le hubiera golpeado una gruesa piedra.
Vivió retirado en un lugar desértico con unos pocos hermanos, y fundó su propio monasterio, como los antiguos anacoretas. Empezó a brillar por su fama de santidad debido a sus muchas virtudes, en especial por la soledad, aislamiento y pobreza; esto atrajo el interés del rey arriano Leovigildo que le entregó tierras y animales para su sustento.
Pero los habitantes del lugar no queriendo sostener el dominio de un señor al que consideraban indigno y basto, fue asesinado mientras se encontraba solo pastoreando algunas ovejas, y por ello venerado como mártir. Los asesinos fueron llevados ante la justicia y recibieron su merecido.
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