En tiempos del rey Leovigildo, llegó de las regiones de África a la provincia de la Lusitania un abad de nombre Nancto, el cual después de un tiempo, atraído por la devoción de santa Eulalia, habitó en la casa-monasterio junto a la basílica de la santa, bajo el gobierno del diácono Redento. Abad de un monasterio de Mérida. Sabemos que se alejó de las mujeres para vencer las tentaciones.
Según el hagiógrafo en su espiritualidad destacaba el evitar mirar a una mujer y que éstas lo miraran; por ello suplicó al diácono Redento que evitase que cuando fuera por la noche a orar a san Eulalia fuera visto por una mujer. Pero había una “nobilísima y santísima viuda” llamada Eusebia que quería verlo y lo consiguió gracias a la complicidad de Redento, cuando lo vió, Nancto dio un grito y cayó como si le hubiera golpeado una gruesa piedra.
Vivió retirado en un lugar desértico con unos pocos hermanos, y fundó su propio monasterio, como los antiguos anacoretas. Empezó a brillar por su fama de santidad debido a sus muchas virtudes, en especial por la soledad, aislamiento y pobreza; esto atrajo el interés del rey arriano Leovigildo que le entregó tierras y animales para su sustento.
Pero los habitantes del lugar no queriendo sostener el dominio de un señor al que consideraban indigno y basto, fue asesinado mientras se encontraba solo pastoreando algunas ovejas, y por ello venerado como mártir. Los asesinos fueron llevados ante la justicia y recibieron su merecido.
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