24 de octubre de 2014

San ANTONIO MARÍA CLARET. (1807-1870).


Martirologio Romano: San Antonio María Claret, obispo: ordenado sacerdote, durante muchos años recorrió la región de Cataluña, en España, predicando al pueblo; instituyó la Sociedad de los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de la Beata Virgen María y, nombrado obispo de Santiago en la isla de Cuba, trabajó con gran mérito por la salvación de las almas. De regreso a España, sufrió muchos por la Iglesia, muriendo entre los monjes cisterciense de Fontfroide en Narbona en Francia meridional
     

Nació en Sallent, (Vich, Barcelona), era hijo de Juan Claret y Josefa Clará; era el quinto de once hijos; era una familia de tejedores, que le educaron en una profunda religiosidad. Después de una instrucción juvenil de tipo técnico-profesional en Barcelona, dedicado al campo textil. Tras haber salvado su vida de ahogarse en el mar y de otras vicisitudes negativas de su vida, decidió hacerse cartujo pero, después de una serie de señales, entró en 1829 en el seminario de Vich, donde tuvo como compañero a Jaime Balmes. En su época de seminarista tuvo una visión de María, que le cambió radicalmente. Ordenado sacerdote en 1835, en Solsona, en el momento en que empezaba la guerra carlista, fue nombrado vicario de su parroquia natal y después su párroco. 
Luego viajó a Roma para ponerse a disposición de la congregación de Propaganda Fide y decidió hacerse jesuita. Tras abandonar el noviciado en la Compañía de Jesús por una grave enfermedad, volvió a Cataluña, donde se le nombró párroco de Viladrau. Utilizó la prensa como forma de apostolado, además escribió más de 150 libros. Más tarde se dedicó a las misiones rurales y a la predicación al clero. El éxito de su apostolado (estaba dotado del carisma del discernimiento de espíritus y de curación) le ganó no pocos adversarios. Abandonó Cataluña, acusado de potenciar el carlismo, recristianizada por él durante siete años, por las islas Canarias (1848), donde transcurrió el año de las revoluciones europeas (1848). A su vuelta se dedicó a la predicación durante 15 años, en un momento en que la legislación revolucionaria había disuelto las congregaciones y Ordenes religiosas. Mientras tanto, en 1849, reunió en Vich a cinco sacerdotes, sentando así las bases de la nueva congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos). También fundó las Dominicas Anunciatas, cofundador de las Carmelitas de la Caridad de santa Joaquina Vedruna; cofundador con la beata María Antonia París de San Pedro del Instituto de Religiosas de María Inmaculada Misioneras (Claretianas), las Hijas del Corazón de María, las Damas Adoratrices y las Capuchinas de la Divina Pastora.  
Nombrado improvisadamente arzobispo de Santiago de Cuba por sugerencia de la reina Isabel II (1850) y nombramiento inapelable del beato Pío IX, se dedicó infatigablemente a su ministerio episcopal: con visitas pastorales (cuatro nada menos, en seis años); con la condena de la esclavitud de los negros por parte de los patronos españoles; con la regularización de los matrimonios irregulares, suscitando la reacción tanto de los nacionalistas cubanos, como de los propietarios conservadores. Sufrió muchos atentados, salvándose, una vez por milagro, de una herida mortal en la cara, Antonio consiguió que su agresor fuera indultado, además le pagó el viaje de regreso a su casa. Para que la predicación y la instrucción llegase a todos escribe “El camino recto y seguro para llegar al Cielo”
En 1857 tuvo que renunciar a la diócesis por haber sido llamado a Madrid como confesor de la reina Isabel, y se le concedió el nuevo título de arzobispo de Trajanópolis. Este menester le atrajo, inevitablemente, la calumnia, porque en pleno siglo XIX, y en la turbulenta España isabelina, vivir en el centro de la corte, aun sin querer hacer política, era influir en la política nacional, y esto, al padre Claret no se lo perdonaron; la historia y la literatura siguen repletas de ataques de una tremenda malignidad, suponiéndole una especie de eminencia gris de la voluble Isabel II. Fue uno de los hombres mas odiados del país, víctima de numerosos atentados, y su ejemplo lo dio en el más ingrato y resbaladizo de los terrenos que puede pisar un santo: las cercanías del poder humano. En su puesto de confesor de la reina pudo influir en la elección de buenos obispos, organizar un centro de estudios eclesiásticos en El Escorial (a cuya presidencia renunció después de haber restaurado el monasterio). Aprovechando las ocasiones de los viajes de la reina, pudo dedicarse a restablecer los religiosos en España y a hacer reconocer sus fundaciones. Quiso restaurar el diaconado para las mujeres, y escribió un libro, pero fue prohibido por heterodoxo por el arzobispo de Tarragona. Durante la revolución de 1868, en que fue expulsada la reina, se refugió en Francia y se ocupó de la colonia española en París. 
En 1869, participó activamente, en los trabajos preparatorios del concilio Vaticano I, defendiendo la infalibilidad del Pontífice. Por haber seguido a la reina en el exilio, fue perseguido también más allá de la frontera, y el embajador español demandó, ante la corte francesa, el internamiento de Antonio, que logró refugiarse en la abadía cisterciense de Fontfroide, donde murió a la edad de 63 años. Pío XII lo canonizó el 7 de mayo de 1950. MEMORIA FACULTATIVA. 

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