Carmelo Juan nació en Vimianzo, La Coruña en 1908. Hizo el noviciado en Carabanchel Alto, donde profesó como salesiano en 1927. En 1933 iniciaba los estudios teológicos en el seminario internacional salesiano de la Crocetta-Turín. Allí recibió el orden del subdiaconado al acabar el tercer curso, en 1936. Habiendo regresado a Carabanchel Alto para pasar las vacaciones de verano, a los 13 días de haber sido ordenado, comenzaría la guerra que le llevaría hasta el martirio.
Al verse sorprendido por los sucesos revolucionarios de julio, siguió la misma suerte de todos los salesianos de la casa de Carabanchel Alto, yendo finalmente, cuando salió de la Dirección General de Seguridad por segunda vez, a la pensión Nofuentes, situada en la calle Puebla, 17. De allí, reconocido como religioso, el día 1 de octubre de 1936, se lo llevaron definitivamente detenido junto con la dueña de la pensión, dos religiosas, las dos empleadas, y otros salesianos. En el coche que les esperaba en el portal para el “paseíto” solamente subieron don Carmelo, beato Juan de Mata y su primo beato Higinio de Mata. Los más probable es que los tres fueran conducidos directamente a un lugar –desconocido- donde los fusilaron.
Mateo nació en San Miquel de Olladels, Gerona en 1888. A los 25 años entró como empleado doméstico en la casa de Sarriá y, ganado por el ambiente de familia de esa casa salesiana, marchó al noviciado de Carabanchel Alto. Allí profesó como coadjutor salesiano en 1916. Después de pasar un año en Sarriá, de 1917 a 1923 estuvo en La Coruña. Seguidamente estuvo seis años en Orense y de 1929 a 1936 en Madrid-Atocha.
Don Mateo, igual que los demás salesianos de la comunidad, se vio sorprendido por las milicias en el asalto a la casa de Atocha. Alineado con otros hermanos de cara a la pared, bajo la amenaza de los fusiles, sacó serenamente su rosario y comenzó a rezar. Alguien se lo tachó de imprudencia, pero él replicó: “¿Por qué nos vamos a avergonzar de aparecer lo que somos?” Uno de los milicianos le instó amenazadoramente a que lo tirara, él se negó. “¡Qué importa que me maten! –dijo-, más pronto iré al cielo”. Y siguió rezando.
La llegada de los guardias de asalto procuró, como sabemos, la libertad a los salesianos. Don Mateo se dirigió entonces a la portería del domicilio de los condes de Plasencia, en la calle Juan Bravo, 32, donde estuvo refugiado durante quince días. Para no causar problemas a sus protectores se procuró después alojamiento en la calle Santa Isabel, 40, en casa de una cooperadora salesiana. También tuvo que marcharse de allí ante la manifiesta hostilidad de algunos vecinos del inmueble. Parece que el refugio de don Mateo, desde aquel momento, fue la pensión Loyola. Al menos, allí fue donde le detuvieron el día 1 de octubre de 1936. Al pedirle la documentación, don Mateo presentó unos libros religiosos. Su hablar lento y calmoso en el interrogatorio, sirvió a los milicianos para dictaminar: “Hasta en el habla se le conoce que es fraile”. Inmediatamente fue arrestado y conducido a la checa de Fomento. En ella se encontró con los salesianos detenidos en la pensión Nofuentes. Pero la suerte final de don Mateo permanece velada. Probablemente, fue fusilado el 2 de octubre de 1936.
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