28 de septiembre de 2014

San SIMÓN DE ROJAS. (1552-1624).


Martirologio Romano: En Madrid, en España, san Simón de Rojas, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de cautivos, que, acompañando el séquito de la reina de España, nunca viajó en carroza ni percibió sueldo, sino más bien, entre regios fastos, siempre se mostró humilde, pobre, misericordioso hacia los necesitados y fervorosamente devoto para con Dios.

Nació en Valladolid, en el seno de una familia de hidalgos de clase media. Tenía un defecto en el habla, del que todos se burlaban, pero esto no impidió que con 13 años ingresara en los Trinitarios de su ciudad. En 1573, fue enviado a la universidad de Salamanca para estudiar Artes y Teología. Fue formador de varias promociones de trinitarios. Profesor de Filosofía y Teología en Toledo, y tuvo entre sus alumnos al beato Juan Bautista de la Concepción, y fray Luis Petit, que sería ministro general de la Orden. A pesar de la repugnancia que tenía, fue superior de varios conventos (Cuéllar (Segovia), Talavera de la Reina, Cuenca, Ciudad Rodrigo, Medina del Campo y Valladolid), también fue visitador provincial de Andalucía y Castilla y llegó a ser ministro provincial. Fue siempre hombre solícito y caritativo hacia todos, sin distinción. Decía que todo lo que sabía lo había aprendido en la oración. 
El rey Felipe III, pidió que se le trasladase a Madrid. Allí se ocupó, durante 20 años, de la asistencia a los necesitados; fue confesor de la reina Isabel de Borbón y de las infantas. Se negó a ser obispo todas las veces que se lo pidieron. Tuvo una gran devoción hacia María y vivió una plena consagración a ella: “No querer hacer ni pensar cosa alguna que no fuera en obsequio de su Señora”. Encontramos aquí los fundamentos de la perfecta consagración a María. “A Jesús, y a la Trinidad por María”, que se extendería por toda Europa y dará origen a muchas congregaciones dedicadas a la devoción de María. Parece ser que sus problemas de tartamudez, le fueron curados por María, tal como él contó. 
En 1612 fundó la Congregación de los Esclavos del dulcísimo Nombre de María para ayuda a los necesitados, de orden secular (todavía existe el comedor del Ave María en Madrid). Los reyes fueron sus primeros congregantes. Como buen trinitario se ocupó de la redención de los cautivos y atendió de forma solícita a los pobres, abriendo comedores en sus conventos. También envió dinero a los pobres vergonzantes y a los enfermos. Cuando recibió encargos en la Corte, puso como condición para aceptarlos el poder seguir ocupándose de sus pobres, a los que ayudaba de muchas maneras, siempre con alegría a cualquier hora del día o de la noche. Murió en Madrid de un ataque de apoplejía, en olor de santidad. 
Por su tierna devoción a María, Lope de Vega llegó a equiparar con san Bernardo de Claraval y con san Ildefonso de Toledo. Fue su madre, la virtuosa Constanza, quien imprimió e hizo germinar en el alma de Simón el amor a María. El culto que Constanza, junto con su marido, Gregorio, tributaba constantemente a la Santísima Virgen, explica el porqué Simón, cuando pronunció sus primeras palabras, a los 14 meses de edad, siendo de pequeño algo retardado y balbuciente, dijese: "Ave, María". No hacía otra cosa que repetir la plegaria tan frecuentemente recitada por sus padres.
Su mayor gozo era el visitar los santuarios marianos, orar a María, imitar sus virtudes, cantar sus alabanzas, resaltar la importancia de la Santísima Virgen en el misterio de Dios y de la Iglesia. A través de profundos estudios teológicos, comprendió cada vez mejor la misión de María en la salvación del género humano y la santificación de la Iglesia. Vivió sus votos religiosos con el estilo de María. Pensaba que para ser todo de Dios, como Ella, era necesario hacerse esclavos suyos, o mejor, esclavos de Dios en María. Fue por ello por lo que fundó la Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María, para la mayor gloria de la Trinidad y la alabanza de la Virgen, al servicio de los pobres. 
Simón de Rojas, que era considerado uno de los más grandes contemplativos de su tiempo, y que en la obra “La oración y sus grandezas” demuestra ser un gran formador de almas de oración, quería que a la dimensión contemplativa se uniese la activa, las obras de misericordia. 
Son numerosísimas las expresiones de su amor a María. Los pintores que han inmortalizado su figura, ponen siempre en sus labios el saludo "Ave, María", por él pronunciado con tanta frecuencia que familiarmente era llamado "el Padre Ave María". Hizo imprimir millares de estampas de la Virgen Santísima con la inscripción "Ave, María", estampas que enviaba también al extranjero. Hizo confeccionar rosarios con 72 cuentas azules sobre cordón blanco, símbolo de la Asunción y de la Inmaculada, como recuerdo de los 72 años que, según la creencia de la época, había vivido la Virgen, y los difundió por doquier. Valiéndose de su influencia en la Corte, hizo que se esculpiese con letras de oro sobre la fachada del Palacio Real de Madrid el saludo angélico que él tanto amaba: "Ave, María". El 5 de junio de 1622, pidió a la Santa Sede la aprobación de un texto litúrgico por él compuesto en honor del Dulcísimo Nombre de María, texto que más tarde el Papa Inocencio XI extendió a toda la Iglesia.
Las honras fúnebres que se le tributaron a su muerte, asumieron el aspecto de una canonización anticipada. Durante 12 días, los más famosos oradores de Madrid exaltaron sus virtudes y santidad. Impresionado por la veneración unánime que se le rendía, el Nuncio del Papa, algunos días después de su muerte, ordenó que se iniciasen los procesos, en vista a su glorificación por parte de la Iglesia. Fue beatificado en 1766 por el papa Clemente XIII, y SS Juan Pablo II lo canonizó el 3 de julio de 1988.

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