10 de septiembre de 2014

NUESTRA SEÑORA DE LAS MARAVILLAS.



Innumerables maravillas ha obrado la Madre de Dios a lo largo de estos veinte siglos de historia de la Iglesia. Con razón el pueblo fiel invoca a la inmaculada esposa del Espíritu Santo, entre cientos de títulos, como Señora de las Maravillas. 


HISTORIA:

En la capital española, el nombre Nuestra Señora de las Maravillas encuentra su origen. Paseando en el jardín de su convento un día de 1620, algunas fervorosas monjas carmelitas descubrieron una imagen del Niño Jesús tendida sobre un grupo de flores conocidas por el nombre de maravillas. Llenas de sorpresa, no sabían de qué admirarse más, si del diminuto tamaño del Niño (siete centímetros apenas), si de su extrema hermosura, o si de las circunstancias en que fue encontrado. Con gran alegría y devoción lo llevaron a la capilla, donde le improvisaron un altar adornado con las mismas flores matizadas de amarillo y naranja en las que lo hallaron. Y comenzaron a llamarlo el Niño Jesús de las Maravillas.
Pocos años después llegó a Madrid una antigua imagen de la Virgen, que según consta procede del siglo XIII. En 1585 estaba expuesta a la veneración popular en el poblado de Ruedas viejas, pero en tan deplorable estado de conservación que el obispo de Salamanca la hizo retirar de la iglesia. Algunos parroquianos no estuvieron de acuerdo con esta decisión. Uno de ellos obtuvo permiso para conservar la imagen en su propia residencia. Tras algunas vicisitudes fue a parar a Madrid como propiedad de Ana Carpia, esposa del escultor Francisco de Albornoz, el cual la restauró a la perfección. A la residencia del católico matrimonio comenzó a llegar un número cada vez mayor de vecinos y conocidos para rezar frente a esa imagen, pues había corrido la noticia de que ahí María concedía favores a sus devotos. Un milagro la hizo famosa en la ciudad entera.
Un cazador, en medio de un lamentable arrebato de ira, había apuñalado brutalmente a un jovencito de los alrededores, dejándolo agónico. La madre del niño fue corriendo a postrarse frente a la imagen, rogándole a la Virgen que curase a su hijo. Poco después, éste quedó totalmente sano y salvo. 
Frente a semejante prodigio, seguido por muchos otros, el Vicario General de la diócesis ordenó a Ana Carpia que entregara la imagen a alguna iglesia.
La señora Carpia decidió elegir mediante un sorteo a uno de los cuatro conventos carmelitas entonces existentes en Madrid. La suerte recayó sobre el monasterio en que había aparecido años antes el Niño Jesús de las Maravillas. Así, el 17 de enero de 1627 Ana Carpia y su esposo hicieron estampar ante notario el acta de donación de la milagrosa imagen a las monjas carmelitas. El día 1º de febrero del mismo año, fue llevada al monasterio en una solemne procesión, señalada por un significativo hecho: durante todo el trayecto una blanca paloma sobrevoló a la imagen y entró con ella al interior de la ermita, donde se dejó tomar por las monjas, que la consagraron a la Virgen al día siguiente, 2 de febrero, fiesta de la Purificación de María, y la conservaron en el convento. Las monjas adornaban las manos sagradas de la imagen con las flores llamadas maravillas, hasta que en cierto momento una de ellas tuvo la inspirada idea de colocar sobre esas flores la minúscula imagen del Niño Jesús de las Maravillas, el que cobró un particular encanto sobre su trono floral. Con ello, la Madre terminó adoptando el nombre del Hijo: Nuestra Se ñora de las Maravillas.
Tal es el origen del bello nombre de la imagen venerada en Madrid.

En la Catedral de Salvador, Bahía (Brasil):

Cuando en 1552 llegó al puerto de Bahía el primer obispo de Brasil, Mons. Pero Fernandes Sardinha, traía consigo una preciosa imagen de Nuestra Señora de las Maravillas, obsequio del Rey Don Juan III a la recién descubierta Tierra de Santa Cruz. Concluida la construcción de la Catedral de Salvador en 1624, su obispo, Mons. Marcos Teixeira, entronizó la bendita imagen en la principal capilla lateral, donde la Madre de Dios comenzó a recibir con benevolencia a todos cuantos llegaban a pedirle auxilio. Pocos años después, el Niño Jesús que tenía en los brazos fue robado sacrílegamente, roto en pedazos y arrojado al basurero de la ciudad, donde fue hallado más tarde, aunque sin una piernecita. Una mujer que buscaba leña la encontró, y como no sabía lo que era la lanzó al fuego. Pero, para maravilla de la mujer, el pedacito de madera saltó fuera del fogón. Preservado de tal manera, fue posible restaurar el Divino Niño, que fue devuelto a los brazos de la Madre con suma devoción.

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