Martirologio Romano: En el pueblo de Gilet en el territorio de Valencia, siempre en España, beatas mártires Francisca Javier (María) Fenollosa Alcayna, religiosa de la Tercera Orden de las Capuchinas de la Sagrada Familia, y Herminia Martínez Amigó, madre de familia, que, en la misma persecución, confirmaron con su sangre la fidelidad al Señor.
María nació en Rafelbuñol, Valencia, hija de José Fenollosa y María Rosa Alcayna, campesinos terciarios franciscanos. Eran 10 hijos, familia cristiana, piadosa. Devota de la Sma. Virgen, perteneció a la Asociación de las Hijas de María, a diario rezaba el Rosario y leía el Evangelio, en medio de sus ocupaciones domésticas. Para hacerse religiosa debió vencer la oposición de su madre, que la consideraba su brazo derecho en el hogar. Ingresó en la Congregación de Hermanas Terciarias Capucuhinas en 1921, profesó en 1924. Enseñaba música a las niñas de la casa-familia y al mismo tiempo era maestra de novicias. Afable, simpática, alegre y devota. Se distinguía por su prudencia, ecuanimidad, simplicidad y humildad. Respetuosa de todos y de iniciativa. Cuidadosa en el cumplimiento de sus deberes, dada a la oración silenciosa, devota de la Eucaristía y de la Sma. Virgen. Aprovechaba las vacaciones en familia para hacer algún apostolado entre los jóvenes.
Al estallar la guerra civil española el 18 de julio de 1936, las hermanas fueron obligadas a abandonar el convento y refugiarse en casas particulares. Consciente del peligro manifestó a su madre el miedo a la muerte, y su misma madre la animó a ser fiel a Cristo, que seguramente le daría la fuerza para enfrentar lo que se presentara. Detenidas el 21 de agosto de 1936, fueron sometidas a trabajos forzados, malos tratos y vejaciones. Después de haber sido sometida a humillaciones y sufrimientos, detenida con su hermano José el 27 de septiembre, fue fusilada al día siguiente en el Cementerio de Gillet (Valencia). Antes de morir, dijo a sus asesinos: "Que Dios les perdone, como les perdono yo". Y murió aclamando: "¡Viva Cristo Rey!".
Herminia nació en Puzol, Valencia, en el seno de una familia acomodada. En 1916 se casó con Vicente Martínez Ferrer, matrimonio que no tuvo hijos. Ella se dedicó al cuidado y servicio de los más pobres, empezando por las personas que servían en su casa, asimismo visitaba el hospital atendiendo a los enfermos y comprándoles de su propio peculio: medicinas, alimentos, ropas y gastos médicos. Llegó a vender algunos de sus bienes para poder atender a los pobres. Participó en las tareas parroquiales como militante de la Acción Católica y era catequista.
Detuvieron a su marido, a ella y a su hermano Eduardo, por lo que ella intercedió diciendo que no habían hecho nada malo. Fue entonces cuando le dijeron que mataban a curas y beatos y ella respondió que ella no renegaba de su pertenencia a la Iglesia católica, y le dijeron que la iban a matar por ser persona de Iglesia. Llevados a Gilet, cuando se vio ante el pelotón de fusilamiento animó a sus compañeros para que se pusieran en manos de Dios y perdonó a sus verdugos.
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