Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, sacerdote, que, por más de cuarenta años dirigió de modo admirable la parroquia que se le confió en la aldea de Ars cercana a Belley en Francia, con la predicación asidua, la oración y una vida de penitencia. Cada día en la catequesis que impartía a los niños y adultos, en la reconciliación que administraba a los penitentes y en la obras prevaleció en ardiente caridad, que él tomaba de la santa Eucaristía como de una fuente, avanzó hasta tal punto de difundir en cada uno con su consejo y acercar sabiamente a muchos a Dios.
Nació en Dardilly (Lyon), en el seno de una familia de campesinos. Se dice que un día fue alojado en su casa san Benito José Labré, que pagó con su bendición la hospitalidad que le brindaron. Juan María tenía siete años cuando reinaba el Terror en París y los curas eran desterrados o asesinados. A los trece años recibió la primera comunión, durante el segundo Terror, cuando fue cerrada la iglesia de Dardilly y las tropas de la Convención atravesaron esta parroquia; su primera comunión fue ordenado en total clandestinidad. A los diecisiete años aprendió a leer y a escribir y trabajaba como pastor para su familia.
Su vocación parece que se debió a un encuentro con un sacerdote refractario. Después de esperar dos años, obtuvo el permiso paterno para entrar en la escuela presbiteral fundada por el párroco de Ecully (el abate Balley). Después de ser liberado por una amnistía de una situación involuntaria de deserción al servicio militar durante el imperio de Napoleón (él no se sintió nunca culpable de esta irregularidad, que produjo represalias a la familia), afrontó la dificultad de los estudios en los seminarios de Verrières (donde tuvo como compañero de estudios a san Marcelino de Champagnat y al venerable Colin) y luego de Lyon (era frágil de salud, y no dotado de grandes luces intelectuales). Con la ayuda del abate Balley pudo completar los estudios, después de haber sido despedido del seminario de Lyon por insuficiencia intelectual. Hizo una peregrinación a la tumba de san Juan Francisco de Regis en Louvesc, para pedirle la gracia de poder aprender lo suficiente para ser sacerdote. Fue ordenado sacerdote en 1815, a los 29 años, en Grenoble, pero sin tener facultad de confesar.
Nombrado primero vicario de Ecully por tres años (1815-1818), después de haber completado su formación teológica y pastoral; recibió el permiso para confesar y desarrolló una gran labor entre los pobres. Fue enviado de capellán a Ars-en-Dombes, pueblo perdido y humilde. Para poder convertir a aquellas rudas gentes, se pasaba días enteros delante del sagrario, orando, hasta que el pueblo, se dio cuenta de lo que hacía; de este modo aquel pueblo, difícil y descristianizado, se convirtió en una parroquia ejemplar y en centro de peregrinación de toda Europa. Decía: “Sobre la tierra somos como viajeros que viven en un hotel. Cuando se está fuera, uno siempre está pesando en el hogar”. Abrió para las niñas huérfanas la Casa de la Providencia que se convirtió en una institución modelo. Restauró la cofradía del Rosario y la cofradía del Santísimo Sacramento. Durante sus primeros años tuvo actitudes jansenitas, aprendidas del abate Balley, pero luego abandonó estas ideas cuando se dio cuenta que no era lo que el Señor quería.
Aquí permaneció durante cuarenta y dos años como pastor, ya que la población se opuso a su traslado y a sus fugas, abortadas cuatro veces. Sus huidas se debieron porque se consideraba un ignorante e incapaz de llevar una parroquia. Hasta 18 horas diarias pasaba en el confesionario; quedéndole todavía horas para la oración y la penitencia. De todas partes del mundo iban a confesarse con él y a escuchar sus sermones y catequesis. No faltaron las críticas y calumnias de algunos clérigos, que duraron diez años, hasta que fueron desenmascaradas a través de una investigación.
Se le recordará ante todo por su don taumatúrgico, su capacidad para atraer las almas hacia Dios, y su enorme humildad que le llevó a rechazar todo tipo de honores y prebendas. Decía de sí mismo: "Mi tentación es la desesperación" y "Es hermoso morir cuando se ha vivido en la cruz". Durante mucho tiempo fue visitado por el diablo, pero siempre con un gran sentido de humor, supo solventar todas sus impertinencias. Se le debe la introducción en Francia del culto de santa Filomena, personaje desprovisto de todo fundamento histórico y que pertenece al conjunto de las churpercherías hagiográficas. Un autor dice: "Sin ningún medio humano a su alcance, porque no tenía nada, cumpliendo al máximo con su deber, atormentado, pero lleno de luz sobrenatural, manteniendo grandes refriegas con el demonio ("hace tanto tiempo que nos tratamos que somos casi como camaradas"), hombre de exigencia y de misericordia, se convirtió en un gran santo". Murió de inanición después de haber previsto su muerte, sin agonía ni temor, "con una extraordinaria expresión de fe y simplicidad en los ojos", según un testigo. En los últimos años el número de peregrinos que acudieron a Ars llegó a cien mil. Pío XI canonizó a San Juan María Bautista Vianney en 1925 y, en 1929, le proclamó principal patrono del clero parroquial. MEMORIA OBLIGATORIA.
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