Martirologio Romano: Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia.
Nació en Fontaines-lès-Dijon (Borgoña), de una noble familia feudal (su padre era vasallo del duque de Borgoña); era el tercero de seis hermanos. A los 16 años quedó huérfano de madre y tuvo una juventud bastante ligera. Con 30 miembros de su familia y amigos llegó a Citeaux (1112), a sacar la Orden del Cister de san Esteban Harding, de la falta de vocaciones que se encontraba; tenía 22 años. Los cistercienses iban a renacer, convirtiéndose Bernardo en una especie de segundo fundador.
Tres años después (1115), (había fundado la abadía de Ferté, y Pontigny) se le encargó fundar la abadía de Claraval, en Langres, donde permaneció hasta su muerte, tras dedicarse a la contemplación, a la predicación y a responder a todos los llamamientos de la caridad y las circunstancias históricas requerían; este mismo año fue ordenado sacerdote. En 1147, el papa san Eugenio III asistió con él al capítulo general de Claraval. Todos los pueblos, reyes y papas escuchaban sus consejos. Solucionó el cisma entre el antipapa Anacleto II frente al papa Inocencio II, logrando que el antipapa pidiera perdón al auténtico pontífice y así recobrar la unidad de la Iglesia. Fue elegido muchas veces obispo de Langres y Challons, y arzobispo de Génova, Milán y Reims; pero se opuso tan tajantemente a la moción que los papas no desearon ofender su humildad. Encargado por el papa beato Eugenio III, antiguo discípulo suyo, a quien le había dedicado su último libro (“De consideratione”), predicó la II Cruzada (1146), que tuvo un éxito militar negativo. Su temperamento fogoso, le llevó a lanzar en el 1128, en el concilio de Troyes, una invitación a favor del reclutamiento de la orden militar de los Caballeros del Temple (Templarios), cuya regla escribió en un libro, “Alabanza de una nueva milicia”. “Tened piedad de vuestras almas, de la sangre que ha sido derramada por vosotros". El quiso tratar su alma como "si llevase una gota de la sangre de Cristo en un ánfora de cristal”. Estudió y vivió la Sagrada Escritura y los Santos Padres en sí mismo "pues gustado en su fuente tiene más sabor". Es el autor de la “Salve” y de la “Teología Mariana”. Aunque no aceptó la doctrina de la Inmaculada Concepción. "Bernardo dame algo. El le contestó: Señor tu sabes que te lo he dado todo, ¿qué más quieres? - Bernardo dame más.- Pero Señor, qué quieres que te dé de mas, si te lo he dado todo, mi familia, mi vida, mis trabajos, todo, todo es tuyo. -Bernardo, te falta una cosa, dame tus pecados”
Fue por iniciativa suya que los cistercienses pusieran todas sus iglesias bajo la advocación de María. Si bien enriqueció la teología mariana, declaró la guerra al arte, especialmente la escultura que consideraba un lujo pernicioso que proscribió en las iglesias cistercienses.
Además de fundar unos 60 monasterios, desde España hasta Siria y desde Sicilia hasta Suecia; intervino, por fin, como pacificador en las diversas contiendas, predicó sin descanso, amonestó a reyes y papas, asistió a concilios, combatió herejías y los abusos eclesiásticos, intervino como árbitro en los litigios políticos y aun encontró tiempo para escribir un montón de cartas y ser un gran teólogo. Abelardo tuvo que declararse vencido por él en el concilio de Sens (1140), aunque Bernardo utilizó algún engaño procesal para condenarlo, y gracias a san Hugo de Grenoble terminará por congraciarse con Abelardo. Fue un hombre de hierro que tuvo una incansable actividad -aunque su salud fue siempre mala - y que fue contemplativo, un alma dulcísima y efusiva al que se le puso el sobrenombre de "Doctor Melifluo". Suscitó por doquier entusiasmo y veneración por sus milagros, así como por su doctrina de interiorización espiritualista.
Su aportación a la espiritualidad cristiana se condensa en estos dos motivos: el descubrimiento de la piedad humanística, con la devoción a la humanidad de Cristo y el rol constitutivo de la piedad mariana en el contexto de la piedad hacia el Hombre-Dios (María es el "aquaeductus gratiae"). Decía: "Yo sirvo voluntariamente porque la caridad me hace libre"; "amémonos, porque somos amados: es nuestro interés y el interés de los nuestros. En aquello que amamos, nosotros reposamos; a aquellos que amamos, ofrecemos nuestro reposo. Amar en Dios significa tener caridad; buscar de ser amados por Dios, significa servir la caridad".
Escribió obras teológicas y ascéticas como el “Tratado de la gracia y del libre arbitrio”, “Sobre el ascenso del alma a Dios”, los “Sermones sobre el Cantar de los Cantares” y su obra maestra ascética: el “Tratado del amor de Dios”. Fue amigo del cisterciense irlandés san Malaquias quién murió en sus brazos en Claraval. Sobre él se han escrito numerosas leyendas. MEMORIA OBLIGATORIA.
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