8 de agosto de 2015

Beatos CRUZ LAPLANA Y LAGUNA y FERNANDO ESPAÑOL BERDIE. M. 1936.


Cruz Laplana nació en Casa Alonso de Plan, (Huesca). A la edad de once años escogió la carrera eclesiástica. Estuvo en el Seminario de Barbastro. Cursó tres años de Derecho canónico y uno de Teología en la Universidad Pontificia de Zaragoza. Se ordenó presbítero en 1898.
Desde 1902 a 1912 ejerció la docencia en el Seminario conciliar de Zaragoza. Fue ecónomo de Caspe y luego párroco de San Gil, en la capital metropolitana. En 1921, la Santa Sede le nombró obispo de la diócesis de Cuenca /España).

Fernando Español nació en Arciles (Huesca). Estudió Derecho en la Universidad. Obtuvo la exención del servicio militar para terminar el doctorado en Derecho Civil y Canónico. Y en ese momento cayó enfermo de gravedad. Era el año 1898. Tuvo un sueño, en el cual se vio vestido con los ornamentos sacerdotales ante la mirada complaciente de la Santísima Virgen. Se sintió enseguida curado de su enfermedad. A pesar de tener a la vista un porvenir que se prometía risueño y feliz, aquel sueño maduró su vocación sacerdotal y expresó a sus padres el deseo de ingresar en el seminario de Barbastro. Fue dispensado de unas cuantas asignaturas, dedicándose casi exclusivamente al estudio del latín y de la Sagrada Teología. Fue ordenado sacerdote en 1901. 
Fue encargado de la parroquia de Ornella. Luego pasó a coadjutor de Benasque, regente de Lezue y en 1907  párroco de Gruatau. Allí vivió feliz D. Fernando, abogado y cura sencillo de pueblo. Daba catequesis a los niños, predicaba, cuidaba las almas de los jóvenes, de los matrimonios, de los enfermos. Rezaba y aún le quedaba tiempo para leer. Se veía feliz como cura de pueblo. En 1921 fue nombrado párroco de la parroquia de San Esteban de Plan. Comenzaba sus trabajos en la nueva Parroquia cuando recibe una carta del nuevo Obispo de Cuenca, el beato D. Cruz Laplana y Laguna, invitándole a acompañarle a Cuenca como familiar y secretario particular. Aceptó la invitación y no le abandonaría hasta el momento de su martirio, que no permitió dejarlo solo. Pronto opositó y ganó la dignidad de maestro de ceremonias de la Catedral, que ejerció bastantes años. Fue también profesor del seminario. El obispo premió sus servicios con una canonjía de gracia. Siempre cumplió con gran exactitud, bondad y sencillez, siendo muy querido y apreciado por todos. 

Tras el fracasado golpe de estado, Cuenca fue fiel al gobierno republicano por obra del teniente coronel Francisco García de Ángela, a los pocos días después con la llegada de milicianos anarquistas mandados por Cipriano Mera, empiezan a producirse los desmanes. En la tarde del 20 hizo explosión una bomba en la puerta del palacio episcopal. A partir del 28 de julio los acontecimientos se precipitan y el obispo es obligado a dejar su residencia en compañía de su mayordomo Manuel Laplana y de su familiar el beato Fernando Español, bajo custodia de milicianos, al Seminario convertido en cárcel.
El 7 de agosto, a medianoche se presentan un grupo de siniestros pistoleros, haciendo subir a un autobús al obispo y a Fernando Español. Monseñor Laplana dijo: «Si es preciso que yo muera por España, muero a gusto. Ya voy preparado y confesado». 
El autobús después de recorrer los cinco kilómetros que separaban a la ciudad del kilómetro 5 de la carretera de Villar de Olalla, pasado el puente de la Sierra, el cabecilla del piquete Emilio Sánchez Bermejo, les hizo bajar del vehículo. El obispo Laplana levantó la mano para bendecirles, pronunciando las siguientes palabras: «Yo os perdono y desde el cielo rogaré por vosotros». 
Una bala le atravesó la palma y se le incrustó en la sien. Murió de sotana y con las insignias episcopales, ya que cuando lo detuvieron se negó en redondo a vestirse de paisano. Simultáneamente caía acribillado su sobrino y secretario, Fernando Español. Fueron sepultados al día siguiente en una fosa común del cementerio de Cuenca. 

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