(Rosa Francisca María de los Dolores).
Martirologio Romano: En Tortosa, en España, santa Rosa Francisca María de los Dolores (María Rosa) Molas y Vallvé, virgen, que transformó una asociación de piadosas mujeres en la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, para asistir a las personas afligidas.
Nació en Reus (Tarragona), en el seno de una familia de artesanos acomodados que habían huido de Barcelona, en 1808, a causa de la invasión napoleónica. Aunque fue educada en un hogar cristiano, su padre se opuso rotundamente a su vocación religiosa, y durante diez años se entregó a su casa, los pobres y a Dios, guiada por el franciscano fray Salvador. En 1841, abandonó su casa, e ingresó en las Hijas de la Caridad, en el hospital de Reus donde trabajó ocho años, compartiendo fatigas, y sin descanso, siendo siempre un "ángel de paz, de alegría"; "ofrece su existencia a Dios por los pobres". Tuvieron que sufrir el alzamiento de Prim contra Espartero, y por consiguiente el asedio de la ciudad, con sus compañeros le pidió al general sitiador Zurbano, que levantara el sitio y así lo hizo gracias a su intercesión.
En 1849, fue enviada como superiora a la Casa de la Misericordia de Jesús de Tortosa, allí puso en orden toda la fundación y el inmueble, y por resolución del ayuntamiento de Tortosa, se dedicó también a la educación de la infancia y de la juventud; un año después le pidieron que se encargase del hospital de la Santa Cruz. En esta época sacó el título de maestra en la escuela de magisterio de Tarragona. Su única preocupación era: "complacer a Dios en todo y hacer bien a sus prójimos, aunque para conseguirlo sea preciso sacrificar su propia vida".
No pensó nunca en ser fundadora, pero la falta de una superiora reconocida por la Iglesia en la Corporación de la Caridad, que se había separado de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, le animaron a fundar las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, pero la comunidad de Reus, no quiso aceptarla, y con todo el dolor de su corazón, las comunidades tuvieron que separarse. Nació así una nueva familia religiosa. Obtuvo la protección del obispo de Tortosa en 1857, y trabajó incansablemente; las Hermanas de la Consolación crecieron y se extendieron por todo el bajo Ebro y Castellón. Ni la revolución, ni la república, nada pudo con ellas. Cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1870, las hermanas estaban allí cuidando a los enfermos, e incluso dando su propia vida. María Rosa ofreció a sus hijas un espectáculo de madurez espiritual. Les dijo que el amor a los necesitados "les indemniza" por los sufrimientos. Compartió el dolor con los pobres. Para los enfermos todas las delicadezas le parecían pocas. Murió llena de virtudes en Tortosa. Fue canonizada por SS Juan Pablo II el 11 de diciembre de 1988.
Nació en Reus (Tarragona), en el seno de una familia de artesanos acomodados que habían huido de Barcelona, en 1808, a causa de la invasión napoleónica. Aunque fue educada en un hogar cristiano, su padre se opuso rotundamente a su vocación religiosa, y durante diez años se entregó a su casa, los pobres y a Dios, guiada por el franciscano fray Salvador. En 1841, abandonó su casa, e ingresó en las Hijas de la Caridad, en el hospital de Reus donde trabajó ocho años, compartiendo fatigas, y sin descanso, siendo siempre un "ángel de paz, de alegría"; "ofrece su existencia a Dios por los pobres". Tuvieron que sufrir el alzamiento de Prim contra Espartero, y por consiguiente el asedio de la ciudad, con sus compañeros le pidió al general sitiador Zurbano, que levantara el sitio y así lo hizo gracias a su intercesión.
En 1849, fue enviada como superiora a la Casa de la Misericordia de Jesús de Tortosa, allí puso en orden toda la fundación y el inmueble, y por resolución del ayuntamiento de Tortosa, se dedicó también a la educación de la infancia y de la juventud; un año después le pidieron que se encargase del hospital de la Santa Cruz. En esta época sacó el título de maestra en la escuela de magisterio de Tarragona. Su única preocupación era: "complacer a Dios en todo y hacer bien a sus prójimos, aunque para conseguirlo sea preciso sacrificar su propia vida".
No pensó nunca en ser fundadora, pero la falta de una superiora reconocida por la Iglesia en la Corporación de la Caridad, que se había separado de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, le animaron a fundar las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, pero la comunidad de Reus, no quiso aceptarla, y con todo el dolor de su corazón, las comunidades tuvieron que separarse. Nació así una nueva familia religiosa. Obtuvo la protección del obispo de Tortosa en 1857, y trabajó incansablemente; las Hermanas de la Consolación crecieron y se extendieron por todo el bajo Ebro y Castellón. Ni la revolución, ni la república, nada pudo con ellas. Cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1870, las hermanas estaban allí cuidando a los enfermos, e incluso dando su propia vida. María Rosa ofreció a sus hijas un espectáculo de madurez espiritual. Les dijo que el amor a los necesitados "les indemniza" por los sufrimientos. Compartió el dolor con los pobres. Para los enfermos todas las delicadezas le parecían pocas. Murió llena de virtudes en Tortosa. Fue canonizada por SS Juan Pablo II el 11 de diciembre de 1988.
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