(it.: Maria Maddalena de´ Pazzi).
Martirologio Romano: Santa María Magdalena de Pazzi, virgen de la Orden de Carmelitas, que en la ciudad de Florencia, en la Toscana, llevó una vida de oración abnegadamente escondida en Cristo, rezando con empeño por la reforma de la Iglesia. Distinguida por Dios con muchos dones, dirigió de un modo excelente a sus hermanas hacia la perfección.
Se llamaba Caterina, pero en su casa la llamaban Lucrecia (como su abuela paterna) y había nacido en Florencia dentro de la señorial familia de los Pazzi. Su vida de desarrolló en un tiempo en el que Italia atravesaba una profunda crisis religiosa por la difusión de la cultura neopagana del renacimiento y por la influencia de la reforma luterana. La lucha entre las familias nobles y poderosas habían implicado también a la familia de los Pazzi. En 1574, entró primero como educanda en el monasterio de San Giovannino de los Caballeros de la Orden de Malta, y fue confiada al cuidado de su tía materna, sor Alejandra Buondelmonti. En el monasterio encontró dificultades entre las religiosas porque no querían que una niña seglar, les enseñase la obediencia a la observancia que ella practicaba, la llamaron "Jesuita y Teatina", más como insulto que como halago.
Después de su primera comunión a una edad prematura para aquellos tiempos (10 años) y del voto de virginidad a la misma edad; contra el parecer de sus padres, ingresó, a los 16 años (1582), en el monasterio de Santa María de los Ángeles de Florencia, regido por la regla carmelitana, pero excepcionalmente autónomo y jamás reformado a causa de su estricta observancia (existía la insólita costumbre de comulgar diariamente), y donde el jesuita Lainez había introducido la oración mental y el exámen de conciencia. Con el nombre religioso de María Magdalena hizo profesión religiosa a los 18 años (1584), a causa de una terrible enfermedad que hizo que se adelantara su profesión. Fue curada por intercesión de la beata María Bartolomea Bagnesi, ya muerta pero muy venerada en el monasterio.
Para reparar las culpas de los pecadores, unió a su oración durísimas penitencias. "Padecer pero no morir" será su lema, unido a "Dios es amor". Por eso su más absorbente preocupación fue la de "hacer amar al Amor". No morir para seguir más tiempo a Cristo Redentor en el calvario. Tuvo grandes visiones místicas desde el mismo instante que entró en el convento, fue examinada y encontrada ortodoxa con una gran pureza doctrinal. Sus éxtasis fueron continuados, sufrió los estigmas de forma interna, el intercambio de corazones con Cristo y otra serie de fenómenos místicos, que fueron debidamente corroborados y que gozaron de testigos. Después de estas visiones, le siguieron cinco años de terrible aridez espiritual. Tentada en la fe, abandonada de la esperanza, apagada en la caridad, ella sufrió las pruebas más duras, el maligno le sugería blasfemias y le insinuaba pensamientos impuros. Pero ella se mantuvo firme y el Espíritu Santo la colmó de su gracia, en 1590, con nuevos éxtasis. Durante sus éxtasis decía cosas maravillosas y profundos conceptos teológicos (hay que tener en cuenta que jamás ella había estudiado). La priora encargó a seis monjas que escribieran cuanto ella decía en éxtasis. Estos escritos llenan siete volúmenes de vida mística: "Los cuarenta días"; "Los Coloquios, Las Revelaciones e Inteligencias"; "La Prueba"; "La Renovación de la Iglesia"; "Avisos"; "Sentencias" y "Cartas".
En 1586, escribió cartas con advertencias a los cardenales, a los obispos y al mismo Papa para recordarles las graves ofensas inferidas a Dios y la reforma de costumbres. Tales demandas encontraron misteriosamente respuesta en las radicales reformas de Sixto V, en el colegio cardenalicio, el estatuto eclesiástico y la inspección de comunidades monásticas, si bien, por la oposición de sus superiores, estos escritos no recibieron nunca respuesta o tal vez no llegaran nunca a su destino. Fue nombrada maestra de novicias (1604), las educó en la perfecta obediencia, porque en la obediencia y en la humildad era posible resistir a las tentaciones y superar las pruebas. También fue sacristana y subpriora. De nuevo el cielo se cerró para ella: le parecía que sus oraciones no llegaban unido a una dolorosísima enfermedad, pero no perdió su fortaleza y siguió recomendando en el lecho de su muerte la pobreza y la humildad como virtudes que hacen invencibles a las almas. Solía decir: "Si el Señor no me hubiera traído al convento, habría terminado en un presidio". Murió en Florencia de una tos hemorrágica. Su cuerpo se conserva incorrupto. Fue canonizada por el papa Clemente IX el 28 de abril de 1669. MEMORIA FACULTATIVA.
Se llamaba Caterina, pero en su casa la llamaban Lucrecia (como su abuela paterna) y había nacido en Florencia dentro de la señorial familia de los Pazzi. Su vida de desarrolló en un tiempo en el que Italia atravesaba una profunda crisis religiosa por la difusión de la cultura neopagana del renacimiento y por la influencia de la reforma luterana. La lucha entre las familias nobles y poderosas habían implicado también a la familia de los Pazzi. En 1574, entró primero como educanda en el monasterio de San Giovannino de los Caballeros de la Orden de Malta, y fue confiada al cuidado de su tía materna, sor Alejandra Buondelmonti. En el monasterio encontró dificultades entre las religiosas porque no querían que una niña seglar, les enseñase la obediencia a la observancia que ella practicaba, la llamaron "Jesuita y Teatina", más como insulto que como halago.
Después de su primera comunión a una edad prematura para aquellos tiempos (10 años) y del voto de virginidad a la misma edad; contra el parecer de sus padres, ingresó, a los 16 años (1582), en el monasterio de Santa María de los Ángeles de Florencia, regido por la regla carmelitana, pero excepcionalmente autónomo y jamás reformado a causa de su estricta observancia (existía la insólita costumbre de comulgar diariamente), y donde el jesuita Lainez había introducido la oración mental y el exámen de conciencia. Con el nombre religioso de María Magdalena hizo profesión religiosa a los 18 años (1584), a causa de una terrible enfermedad que hizo que se adelantara su profesión. Fue curada por intercesión de la beata María Bartolomea Bagnesi, ya muerta pero muy venerada en el monasterio.
Para reparar las culpas de los pecadores, unió a su oración durísimas penitencias. "Padecer pero no morir" será su lema, unido a "Dios es amor". Por eso su más absorbente preocupación fue la de "hacer amar al Amor". No morir para seguir más tiempo a Cristo Redentor en el calvario. Tuvo grandes visiones místicas desde el mismo instante que entró en el convento, fue examinada y encontrada ortodoxa con una gran pureza doctrinal. Sus éxtasis fueron continuados, sufrió los estigmas de forma interna, el intercambio de corazones con Cristo y otra serie de fenómenos místicos, que fueron debidamente corroborados y que gozaron de testigos. Después de estas visiones, le siguieron cinco años de terrible aridez espiritual. Tentada en la fe, abandonada de la esperanza, apagada en la caridad, ella sufrió las pruebas más duras, el maligno le sugería blasfemias y le insinuaba pensamientos impuros. Pero ella se mantuvo firme y el Espíritu Santo la colmó de su gracia, en 1590, con nuevos éxtasis. Durante sus éxtasis decía cosas maravillosas y profundos conceptos teológicos (hay que tener en cuenta que jamás ella había estudiado). La priora encargó a seis monjas que escribieran cuanto ella decía en éxtasis. Estos escritos llenan siete volúmenes de vida mística: "Los cuarenta días"; "Los Coloquios, Las Revelaciones e Inteligencias"; "La Prueba"; "La Renovación de la Iglesia"; "Avisos"; "Sentencias" y "Cartas".
En 1586, escribió cartas con advertencias a los cardenales, a los obispos y al mismo Papa para recordarles las graves ofensas inferidas a Dios y la reforma de costumbres. Tales demandas encontraron misteriosamente respuesta en las radicales reformas de Sixto V, en el colegio cardenalicio, el estatuto eclesiástico y la inspección de comunidades monásticas, si bien, por la oposición de sus superiores, estos escritos no recibieron nunca respuesta o tal vez no llegaran nunca a su destino. Fue nombrada maestra de novicias (1604), las educó en la perfecta obediencia, porque en la obediencia y en la humildad era posible resistir a las tentaciones y superar las pruebas. También fue sacristana y subpriora. De nuevo el cielo se cerró para ella: le parecía que sus oraciones no llegaban unido a una dolorosísima enfermedad, pero no perdió su fortaleza y siguió recomendando en el lecho de su muerte la pobreza y la humildad como virtudes que hacen invencibles a las almas. Solía decir: "Si el Señor no me hubiera traído al convento, habría terminado en un presidio". Murió en Florencia de una tos hemorrágica. Su cuerpo se conserva incorrupto. Fue canonizada por el papa Clemente IX el 28 de abril de 1669. MEMORIA FACULTATIVA.
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