Vigilante, guardián, que vela.
Martirologio Romano: San Gregorio VII, papa, anteriormente llamado Hildebrando, que primero llevó vida monástica y colaboró en la reforma de la Iglesia en numerosas legaciones pontificias de su tiempo. Una vez elevado a la cátedra de Pedro, reivindicó con gran autoridad y fuerte ánimo la libertad de la Iglesia respecto al poder de los príncipes, defendiendo valientemente la santidad del sacerdocio. Al ser obligado a abandonar Roma por este motivo, murió en el exilio en Salerno, en la Campania.
Llamado Hildebrando Aldobrandeschi, nació en Savona o Soana en Toscana, en el seno de una familia modesta de cabreros, y él mismo se dedicó al pastoreo. En su juventud vivió en Roma, donde su tío era abad cluniacense de Santa María en el Aventino y allí ingresó en la Orden, otros estudiosos dicen que ingresó en el monasterio de Cluny. Acompañó a Alemania al depuesto pontífice Gregorio VI, que había sido su maestro en el monasterio; a su regreso fue nombrado, por el beato León IX, abad de San Pablo Extramuros, le consagró diácono y le hizo cardenal. Reformó su monasterio con tal éxito que fue enviado por el Papa como legado a Francia y Alemania para luchar contra la simonía y el nicolaísmo. Como archidiácono de la Iglesia romana, inspiró a Nicolás II el decreto que limitaba la elección del Papa a los cardenales. En 1073 fue elegido Pontífice por aclamación.
Fue el hombre más enérgico y experimentado de Roma. Su actividad, después de haber sucedido nada menos que a seis papas (Gregorio VI, san León IX, Víctor II, san Esteban IX, Nicolás II y Alejandro II) que pasaron por la cátedra romana en un cuarto de siglo, puede simbolizarse en la gran obra reformadora denominada "reforma gregoriana". Combatió la simonía y el concubinato de los eclesiásticos, y terminó con la lucha de las investiduras. Pero él se propuso también acabar con el Cisma de Oriente (1054) y preparar una cruzada para apoderarse de Jerusalén, que estaba en manos de los turcos (1070). En el ámbito de la cristiandad, obtuvo la reconciliación de Berengario en los concilios romanos de Letrán de 1078 y 1079, con la retractación de su error (negación de la presencia real en la Eucaristía); favoreció también la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador (1066), esperando que fuera una cruzada contra la simonía. Por fin inspiró y patrocinó las colecciones canónicas del derecho eclesiástico emprendidas por san Pedro Damián, san Anselmo de Lucca y Deusdedit. Respaldó, con san Pedro Damián, los movimientos de los eremitas, con san Juan Gualberto, los vallumbrosanos y con san Romualdo, los camaldulenses. En el reino de Castilla, sustituyó la litúrgia mozárabe por la romana, y apoyó la reconquista.
Por su oposición a Enrique IV de Alemania, a causa de la investidura de la sede episcopal de Milán y de la disputa sobre las investiduras de los obispos por parte de los laicos, el Papa reaccionó contra el decreto de negación de obediencia a su soberanía por parte de 24 obispos, reunidos en Worms (1076) e instigados por el emperador, con la excomunión de Enrique IV y la dispensa de los súbditos del juramento de fidelidad. Enrique IV se humilló delante de él en el castillo de Canossa y le levantó el interdicto; pero la elevación al trono de Rodolfo de Suecia, hizo que Enrique eligiera a Guiberto de Rávena como antipapa (Clemente XIII) y se apoderó de la ciudad leonina (1084) en Roma. Mientras, Gregorio, después de refugiarse en Castel Sant'Angelo y ser liberado por Roberto el Giscardo, pudo huir a Salerno donde murió recitando la celebre frase "He amado la justicia y odiado la iniquidad, por eso muero en el destierro".
Su carácter, "áspero como el viento del norte", dice un autor, le impidió quizá la reconciliación con el rey excomulgado por segunda vez, que habría ahorrado a la ciudad de Roma las calamidades de los años 1083-84.
Hay que explicar que si en el medioevo era inconcebible la separación entre Iglesia y Estado, porque se postulaba su unión, aunque necesariamente desigual, en beneficio del emperador o del Papa, se puede apreciar que la concepción del primado de la sede pontificia frente al poder real, hasta reivindicar un poder paralelo, no fue erigida jamás por Gregorio VII en sistema de poder absoluto, como harán, por desgracia, sus sucesores, Inocencio III y Bonifacio VIII, con la teoría del "resplandor de la luna derivado del resplandor del sol". Por tanto, no se puede imputar ningún compromiso a este luchador, que defendió la doctrina de los dos poderes en el cuerpo de la Iglesia (papa y emperador) como los dos ojos en el cuerpo humano. Su vida necesita más de un tratado de historia medieval. El papa Benedicto XIII lo canonizó en 1728 y elevó la conmemoración de san Gregorio a la categoría de fiesta de la Iglesia universal, con gran indignación de los galicanos franceses. MEMORIA FACULTATIVA.
Llamado Hildebrando Aldobrandeschi, nació en Savona o Soana en Toscana, en el seno de una familia modesta de cabreros, y él mismo se dedicó al pastoreo. En su juventud vivió en Roma, donde su tío era abad cluniacense de Santa María en el Aventino y allí ingresó en la Orden, otros estudiosos dicen que ingresó en el monasterio de Cluny. Acompañó a Alemania al depuesto pontífice Gregorio VI, que había sido su maestro en el monasterio; a su regreso fue nombrado, por el beato León IX, abad de San Pablo Extramuros, le consagró diácono y le hizo cardenal. Reformó su monasterio con tal éxito que fue enviado por el Papa como legado a Francia y Alemania para luchar contra la simonía y el nicolaísmo. Como archidiácono de la Iglesia romana, inspiró a Nicolás II el decreto que limitaba la elección del Papa a los cardenales. En 1073 fue elegido Pontífice por aclamación.
Fue el hombre más enérgico y experimentado de Roma. Su actividad, después de haber sucedido nada menos que a seis papas (Gregorio VI, san León IX, Víctor II, san Esteban IX, Nicolás II y Alejandro II) que pasaron por la cátedra romana en un cuarto de siglo, puede simbolizarse en la gran obra reformadora denominada "reforma gregoriana". Combatió la simonía y el concubinato de los eclesiásticos, y terminó con la lucha de las investiduras. Pero él se propuso también acabar con el Cisma de Oriente (1054) y preparar una cruzada para apoderarse de Jerusalén, que estaba en manos de los turcos (1070). En el ámbito de la cristiandad, obtuvo la reconciliación de Berengario en los concilios romanos de Letrán de 1078 y 1079, con la retractación de su error (negación de la presencia real en la Eucaristía); favoreció también la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador (1066), esperando que fuera una cruzada contra la simonía. Por fin inspiró y patrocinó las colecciones canónicas del derecho eclesiástico emprendidas por san Pedro Damián, san Anselmo de Lucca y Deusdedit. Respaldó, con san Pedro Damián, los movimientos de los eremitas, con san Juan Gualberto, los vallumbrosanos y con san Romualdo, los camaldulenses. En el reino de Castilla, sustituyó la litúrgia mozárabe por la romana, y apoyó la reconquista.
Por su oposición a Enrique IV de Alemania, a causa de la investidura de la sede episcopal de Milán y de la disputa sobre las investiduras de los obispos por parte de los laicos, el Papa reaccionó contra el decreto de negación de obediencia a su soberanía por parte de 24 obispos, reunidos en Worms (1076) e instigados por el emperador, con la excomunión de Enrique IV y la dispensa de los súbditos del juramento de fidelidad. Enrique IV se humilló delante de él en el castillo de Canossa y le levantó el interdicto; pero la elevación al trono de Rodolfo de Suecia, hizo que Enrique eligiera a Guiberto de Rávena como antipapa (Clemente XIII) y se apoderó de la ciudad leonina (1084) en Roma. Mientras, Gregorio, después de refugiarse en Castel Sant'Angelo y ser liberado por Roberto el Giscardo, pudo huir a Salerno donde murió recitando la celebre frase "He amado la justicia y odiado la iniquidad, por eso muero en el destierro".
Su carácter, "áspero como el viento del norte", dice un autor, le impidió quizá la reconciliación con el rey excomulgado por segunda vez, que habría ahorrado a la ciudad de Roma las calamidades de los años 1083-84.
Hay que explicar que si en el medioevo era inconcebible la separación entre Iglesia y Estado, porque se postulaba su unión, aunque necesariamente desigual, en beneficio del emperador o del Papa, se puede apreciar que la concepción del primado de la sede pontificia frente al poder real, hasta reivindicar un poder paralelo, no fue erigida jamás por Gregorio VII en sistema de poder absoluto, como harán, por desgracia, sus sucesores, Inocencio III y Bonifacio VIII, con la teoría del "resplandor de la luna derivado del resplandor del sol". Por tanto, no se puede imputar ningún compromiso a este luchador, que defendió la doctrina de los dos poderes en el cuerpo de la Iglesia (papa y emperador) como los dos ojos en el cuerpo humano. Su vida necesita más de un tratado de historia medieval. El papa Benedicto XIII lo canonizó en 1728 y elevó la conmemoración de san Gregorio a la categoría de fiesta de la Iglesia universal, con gran indignación de los galicanos franceses. MEMORIA FACULTATIVA.
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