Martirologio Romano: En Seúl, en Corea, santos mártires Agustín Yi Kwang-hon, en cuya casa se leían las Sagradas Escrituras; Águeda Kim A-gi, madre de familia, que recibió el bautismo en la cárcel; y sus siete compañeros, que fueron todos degollados a causa del nombre cristiano. Sus nombres son los siguientes: Damián Nam Myong-hyog, catequista; Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han A-gi, Ana Pak A-gi, Águeda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun y Pedro Kwon Tu-gin.
El 24 de mayo de 1839 fue decapitado en Seúl, Corea, fuera de la llamada Puerta del Oeste un nutrido grupo de fieles seglares que se negaban firmemente a abandonar la fe cristiana que habían recibido con gozo en su corazón. Ni la prisión ni las amenazas de muerte fueron suficientes para que abandonaran la fe. Sostuvieron el combate con valor y entereza y pusieron a Jesús el Señor por encima de todas las cosas, incluyendo la propia vida. Todos estos ilustres confesores de la fe fueron canonizados por el papa Juan Pablo II en Seúl el 6 de mayo de 1984.
Éstos son sus datos:
Agustín Yi Kwang-hon (1787-1839). Nació en Kwangju, en el seno de una aristocrática familia, de la que varios miembros se habían convertido al cristianismo y sido mártires en la persecución de 1801: su hermano san Juan Baustista Yi Kwang-nyol. Al tiempo de su martirio estaba casado con santa Bárbara Kwon-hui, cuyo martirio se celebra el 3 de septiembre, y a la vez padre de santa Agueda Yi (31 de enero). Luego de una juventud despreocupada, se convirtió al cristianismo y llegó a ser un celoso catequista, en cuya casa se realizaban reuniones de oración y lectura de las Escrituras. Arrestado en abril de 1839, confesó la fe, se negó a abandonarla y fue torturado y condenado a muerte.
Águeda Kim A-gi (1787 - 1839). Era catecúmena al tiempo de su arresto y prisión. Tenía 52 años, había nacido en Seúl y era viuda. Ni su familia ni su marido habían sido cristianos, pero una hermana suya se hizo católica y le habló con entusiasmo de su nueva fe, dejándola impresionada. Tuvo mucha dificultad en aprender la doctrina cristiana, pues no lograba retener las lecciones del catecismo, no obstante lo cual repetía con mucho fervor: «Jesús, María». Una vez arrestada, los compañeros volvieron a explicarle los misterios de la fe y fue bautizada en la cárcel con gran alegría suya, pasando del bautismo al martirio.
Magdalena Kim O-bi (1774 - 1839). De 45 años de edad -pues había nacido en Seúl-, era al tiempo de su martirio viuda, y venía siendo asidua colaboradora de los misioneros. Había llegado a la fe en la infancia y maduró como cristiana fervorosa que deseaba servir de todo corazón al Señor. Viuda ya, y muerta también su madre, a la que cuidaba, se ofreció a la Iglesia para un mayor apostolado y se le encomendó hacerlo entre sus vecinos, logrando conversiones en su entorno y bautizando en peligro de muerte a algunos de ellos. Llegada la persecución fue arrestada en septiembre de 1836 y llevada a la cárcel. Confesó con valentía la fe y fue condenada a muerte.
Bárbara Han A-gi (1792 - 1839). De 47 años de edad, pues había nacido en Kwang-ch'on, Seúl, el año 1792, desempeñaba en la misión el puesto de catequista y de enfermera. Hija de madre católica, había aprendido de ella la religión y la practicó en su adolescencia, pero se enfrió religiosamente cuando se casó con un pagano, hasta que su madre y otros católicos la animaron a volver a la práctica religiosa. En 1822 perdió trágicamente a su marido y a sus hijos y volvió a la casa de su madre. Desde entonces colaboró fervorosamente con la Iglesia. Arrestada con la mártir anterior, soportó la cárcel y los malos tratos, se sostuvo en la confesión de la fe y fue condenada a muerte.
Ana Pak A-gi (1783 - 1839). Mujer de 46 años al tiempo de su martirio, había nacido en Kangch'on, Seúl, en 1783, dio una espléndida confesión de fe arrancándose de su familia por amor de Cristo.
Nacida en una familia católica en un pueblecito de la ribera del río Han, tenía poca memoria a la hora de aprenderse el catecismo, pero ella misma decía que si su memoria era poca, su amor a Cristo era mucho. A los 18 años se casó con un católico y tuvo con él dos hijos y tres hijas, a los que procuró educar en el camino del Señor. Cuando comenzaron en la primavera de 1836 los arrestos de católicos ella habló a sus hijos de la gracia del martirio.
Poco después ella, con su marido y su hijo mayor, eran arrestados. Su marido y su hijo, ante las torturas, apostataron, pero ella, pese a que las torturas le fueron redobladas, perseveró en la fe. Su marido y su hijo venían cada día a la prisión a pedirle que apostatara ella también y salvara su vida en bien de la familia, y le ponían al corriente del dolor de todos los otros miembros de la familia al pensar que iban a perderla. Ella, llena de angustia ante estas tentaciones que se le presentaban, no quería, sin embargo, apartarse de Cristo y tuvo valor no solamente de rechazar la apostasía sino de pedirles a su marido y a su hijo que se volvieran ellos atrás de su apostasía. En vista de su fortaleza acudieron amigos de la familia a la cárcel e insistieron ante ella poniéndole toda clase de argumentos y llamándola «corazón de piedra» al negarse a decir una sola palabra que hubiera podido devolverla a su hogar. A estas tentaciones venidas de fuera se unía la debilidad de su cuerpo por las torturas. El juez le insistió en que siguiera el ejemplo de su marido pero ella le anunció que moría con gusto por Cristo. Y fue condenada a muerte.
Águeda Yi So-sa (1784 - 1839). Había nacido en Ich'on, provincia de Kyonggi, el año 1784 y era viuda al tiempo de su martirio. Hermana del mártir san Pedro Yi Ho-Yong.Luego de una serie de contratiempos familiares -viudez, ausencia de hijos, la penosa situación en que quedó su casa paterna tras la muerte de su padre-, buscó en la fe cristiana respuesta al vacío espiritual que sentía. Por fin ella y su hermano se bautizaron, tomando los nombres de Águeda y Pedro respectivamente. No se sabe la fecha del bautismo, que seguramente les fue administrado por un catequista al no haber sacerdotes. Tampoco se sabe cuándo se mudaron de su pueblo a Hayang, pero quizás fuera por asegurarle a Pedro una mejor formación cristiana. Ambos pudieron por fin recibir la comunión cuando un sacerdote chino vino a Corea en 1834.
Pero en febrero de 1835 ambos hermanos fueron arrestados. Su interrogatorio estuvo acompañado de torturas porque querían sacarles los nombres de los católicos. La tortura fue horrible y Águeda animó cuanto pudo a su joven hermano. Días más tarde volvió a ser torturada y se dice que su cuerpo quedó como una masa sanguinolenta. Ella repetía: “No traicionaré a la Iglesia”. Pasaron a la prisión de la corte, en Seúl. Tuvo lugar un juicio en varias sesiones y ambos hermanos fueron condenados a muerte. Al no ser confirmada enseguida la sentencia, se les dejó en la prisión. Pedro murió en ella, y su martirio se conmemora el 25 de noviembre, y Águeda fue martirizada por decapitación el año 1839.
Lucía Pak Hui-sun (1801 - 1839). Nació en Seúl en el seno de una familia rica, en la que recibió una esmerada educación, dominando las lenguas y literaturas coreana y china. Era hermana de santa María Pak K'un-agi. La familia, y ella misma por un tiempo, estaba vinculada al palacio real. Su padre, enemigo del cristianismo, le dijo que si se hacía cristiana no podría vivir en su casa, y entonces ella buscó alojamiento en casa de un pariente, donde vivió con mucha modestia y sencillez, atrayendo a aquella casa a la fe cristiana. La policía los arrestó el 15 de abril de 1839 y fueron llevados a la cárcel. Se le indicó que era impropio de una joven de palacio ser cristiana, pero ella se reafirmó en su fe y se la torturó sin misericordia, hasta que fue condenada a muerte. Su hermana sería martirizada unos meses más tarde (3 de septiembre).
Pedro Kwon Tu-gin (1805 - 1839). Había nacido en la provincia de Kyonggt, en el seno de una familia aristocrática que profesaba la religión católica. Perdió a su padre en la infancia y a su madre en la adolescencia, pero no antes de que ella le hubiera transmitido su entusiasmo y fervor por la religión cristiana. El 16 de enero de 1839 Pedro, su esposa y su cuñado fueron arrestados. Pedro permaneció firme, pero su esposa y cuñado ante las torturas apostataron. Pedro les escribió desde la prisión invitándoles a volver a la fe. Se le acusó de hacer crucifijos y pintar imágenes sagradas. Condenado a muerte, marchó al suplicio lleno de felicidad y ánimo.
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