(fr.: André Abellon).
Varoníl. Varón, viril, hombre valiente.
Martirologio Romano: En Aix-en-Provence, en la región de Provenza, beato Andrés Abellón, presbítero de la Orden de Predicadores, quien, pese a no contar con muchos medios para el desempeño de su cargo, restauró con firmeza la disciplina regular en los conventos donde fue superior.
Nació en Saint Maximin (Provenza). Su casa era vecina de la iglesia y el convento dominico de Santa María Magdalena, por lo que su vida -infantil y juvenil- estuvo ligada a la misma; la asistencia a misa era práctica diaria; además, con regularidad se le veía en el templo orando. Participaba activamente en la vida parroquial y realizaba continuos ayunos y penitencias. De joven escuchó predicar a san Vicente Ferrer, lo cual marcará el derrotero de su vida: decidió consagrar su vida a Dios, por lo que entró a la Orden de los Predicadores (dominicos).
Estudió las artes liberales; fue docente en París, Montpellier y Aviñón. Durante el noviciado, demostró su vocación y pureza; al concluir sus estudios en el seminario, fue ordenado. En su misión destacó como predicador, así como guía espiritual. Desarrolló su labor entre los fieles de su pueblo natal y extendió su tarea en la Provenza y el sur de su país, así como a las necesidades de ésta. Se dice que a esta región llegó santa María Magdalena a expiar los pecados cometidos durante su juventud, por ello de continuo llegaban a este poblado peregrinaciones, a las cuales Andrés y los sacerdotes de la iglesia atendían brindándoles alimento, hospedaje y auxilio espiritual. La obra de Andrés y sus hermanos creció a tal grado que se consideró necesaria la creación de una fundación dedicada a atender a la comunidad y al creciente flujo de peregrinos; de esta forma, recurrió a los monarcas, a quienes les planteó su proyecto. Dada su elocuencia y la convicción de los beneficios que para la fe traía dicha propuesta, consiguió recursos para llevada a la práctica; por los estudios realizados, construyó un hermoso monasterio el cual reflejaba su gran amor al Señor y el espíritu dominico. Varios muros, cuadros y retablos de éste aún muestran sus grandes dotes como pintor.
Conjuntamente con su capacidad para crear obras materiales de gran belleza, se encuentran sus virtudes como sacerdote. Debido a éstas y a la creciente fama de santidad, el pueblo le buscaba esperando de él el sabio y prudente consejo que les ayudara a ser mejor cristiano, por lo que se convirtió en un famoso confesor y guía espiritual.
Fue prior del monasterio real de Santa María Magdalena en Saint-Maximin en Francia, donde impulsó la renovación de la Orden. Para beneficio de su grey, construyó dos molinos próximos a la iglesia, con lo cual ayudó a la comunidad a ganarse el sustento y al progreso de su ciudad. Destacó su misericordia y amor al prójimo cuando la peste flageló el poblado de Aix-en-Provence, ahí desafió al mal y atendió a los cientos de enfermos, sin importarle poner en riesgo su integridad. Como pintor decoró muros y retablos de monasterios, así como templos, donde mostró maestría y sensibilidad. Después de una vida plena de amor a Dios y al prójimo entregó su vida al Amado en Aix-en-Provence, en cuya capilla reposan sus restos y reciben veneración desde su muerte. El 19 de agosto de 1902, el papa León XIII, confirmó su culto.
Nació en Saint Maximin (Provenza). Su casa era vecina de la iglesia y el convento dominico de Santa María Magdalena, por lo que su vida -infantil y juvenil- estuvo ligada a la misma; la asistencia a misa era práctica diaria; además, con regularidad se le veía en el templo orando. Participaba activamente en la vida parroquial y realizaba continuos ayunos y penitencias. De joven escuchó predicar a san Vicente Ferrer, lo cual marcará el derrotero de su vida: decidió consagrar su vida a Dios, por lo que entró a la Orden de los Predicadores (dominicos).
Estudió las artes liberales; fue docente en París, Montpellier y Aviñón. Durante el noviciado, demostró su vocación y pureza; al concluir sus estudios en el seminario, fue ordenado. En su misión destacó como predicador, así como guía espiritual. Desarrolló su labor entre los fieles de su pueblo natal y extendió su tarea en la Provenza y el sur de su país, así como a las necesidades de ésta. Se dice que a esta región llegó santa María Magdalena a expiar los pecados cometidos durante su juventud, por ello de continuo llegaban a este poblado peregrinaciones, a las cuales Andrés y los sacerdotes de la iglesia atendían brindándoles alimento, hospedaje y auxilio espiritual. La obra de Andrés y sus hermanos creció a tal grado que se consideró necesaria la creación de una fundación dedicada a atender a la comunidad y al creciente flujo de peregrinos; de esta forma, recurrió a los monarcas, a quienes les planteó su proyecto. Dada su elocuencia y la convicción de los beneficios que para la fe traía dicha propuesta, consiguió recursos para llevada a la práctica; por los estudios realizados, construyó un hermoso monasterio el cual reflejaba su gran amor al Señor y el espíritu dominico. Varios muros, cuadros y retablos de éste aún muestran sus grandes dotes como pintor.
Conjuntamente con su capacidad para crear obras materiales de gran belleza, se encuentran sus virtudes como sacerdote. Debido a éstas y a la creciente fama de santidad, el pueblo le buscaba esperando de él el sabio y prudente consejo que les ayudara a ser mejor cristiano, por lo que se convirtió en un famoso confesor y guía espiritual.
Fue prior del monasterio real de Santa María Magdalena en Saint-Maximin en Francia, donde impulsó la renovación de la Orden. Para beneficio de su grey, construyó dos molinos próximos a la iglesia, con lo cual ayudó a la comunidad a ganarse el sustento y al progreso de su ciudad. Destacó su misericordia y amor al prójimo cuando la peste flageló el poblado de Aix-en-Provence, ahí desafió al mal y atendió a los cientos de enfermos, sin importarle poner en riesgo su integridad. Como pintor decoró muros y retablos de monasterios, así como templos, donde mostró maestría y sensibilidad. Después de una vida plena de amor a Dios y al prójimo entregó su vida al Amado en Aix-en-Provence, en cuya capilla reposan sus restos y reciben veneración desde su muerte. El 19 de agosto de 1902, el papa León XIII, confirmó su culto.
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