(Santiago, Jacobo Bell. ing.: James Bell). El que engañará. Suplantador.
(ing.: John Finch). Dios es misericordioso. El que está en gracia de Dios. Admirable.
Jaime Bell (1520 - 1584). Natural de Warrington (Inglaterra); estudió en Oxford, y fue ordenado sacerdote durante el reinado de María Tudor y durante el gobierno de la reina Isabel se unió a la Iglesia del Estado, como la mayoría del clero de su tiempo. Lo hizo con gran escrúpulo de conciencia, y por ello prefirió desempeñar capellanías evitando el cargo de párroco.
Se arrepintió y regresó a la Iglesia romana, después de una enfermedad grave. Desde entonces comenzó a trabajar como misionero católico y de forma clandestina desde 1583 y 1584.
Pero estando en Manchester fue denunciado por un espía, y fue detenido y encarcelado en la prisión de la ciudad, para luego ser trasladado a la cárcel de Lancaster, ciudad en la que tuvo su juicio, en el que confesó su condición de sacerdote católico; reconoció que había sido ministro anglicano, pero que lo había abandonado porque no reconocía a la reina como cabeza de la Iglesia. Cuando supo su condena de muerte, pidió que le fuesen cortados los labios y la lengua que una vez había confesado los artículos de fe anglicana. Llegado el día de su martirio dijo que era el día más bello de su vida. Fue ahorcado y descuartizado en Lancaster.
Juan Finch (1543 - 1584). Nació en Eccleston (Inglaterra), en el seno de una familia protestante. Heredó de su padre una granja, y se casó con una joven también protestante, que aportó al matrimonio otra granja, con lo que pudo vivir desahogadamente. Tuvo una crisis espiritual, y decidió convertirse al catolicismo. Entusiasmado por su nueva fe, la practicó asiduamente y se ofreció para acompañar a los misioneros en sus idas y venidas clandestinas para la administración de los sacramentos.
Fue delatado por un católico fingido, y fue arrestado en la casa del conde de Derby, quien intentó atraerlo de nuevo a la fe anglicana y a que revelase el nombre de otros católicos, de nada valieron las amenazas y presiones, entonces le enviaron a la cárcel de New Fleet, donde tenía que mantenerse con su propio dinero. Cuando sus recursos se acabaron fue trasladado a otra cárcel. Se negó a ir a una iglesia protestante, y lo llevaron arrastrando por los pies, llegando a una situación lamentable por las piedras del camino, y a su vuelta fue encerrado en un inmundo calabozo debajo de un puente. Cedió y consintió que le llevaran de nuevo a una iglesia protestante, pero se arrepintió enseguida y fue devuelto al calabozo. Se enteró de que varios sacerdotes habían sido llevados a Lancaster para ser juzgados, pidió que lo llevaran con ellos y se lo concedieron. Pudo así consolarse con los mártires, confesarse con Jaime Bell. En 1584 lo juzgaron y confesó públicamente su fe, y fue condenado por haberse reconciliado con la Iglesia católica, haber oído misa y negar la supremacía espiritual de la reina. Al serle leía la sentencia dijo las palabras del salmo: “Bendeciré al Señor en todo momento”. Murió bendiciendo a Dios y consolando a sus parientes y amigos. Murió ahorcado y descuartizado en Lancaster. Fueron beatificados el 15 de diciembre de 1929 por Pío XI.
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