Martirologio Romano: En la Tebaida, en Egipto, san Pablo, por sobrenombre “Simple”, discípulo de san Antonio.
Era un labrador de Egipto. A los 60 años dejó a su mujer, que le era descaradamente infiel y bastante más joven, y se retiró al desierto de Tebaida.
Se dirigió hacia donde estaba san Antonio Abad, con el fin de ser su discípulo, pero Antonio le sometió a varias pruebas y le dijo que es muy viejo para la vida eremítica y le aconsejó cambiar de idea; para ello, le cerró la puerta de su celda (durante tres días que permaneció cerrada); Antonio salió para ver si se había marchado y le vio allí sentado en el mismo lugar; esto enterneció al santo eremita que le dio de comer y le puso otras pruebas: le ordenó trenzar una gruesa cuerda con palmas y Pablo, hizo una de 95 brazas, pero estaba mal hecha y Antonio le ordenó que la deshiciera y que la volviera a hacer, y así lo hizo sin decir una palabra a pesar de la dificultad que le suponía. Por último Antonio le preguntó si quería comer -"Como le guste, Padre" -le dijo, y le presentó un pan hecho con harina y agua: "Esto me basta", dijo Antonio; "También a mi, porque quiero ser un perfecto monje" dijo Pablo. En otra ocasión, con algunos huéspedes en la ermita, san Pablo interrumpió la conversación para preguntar si los profetas habían precedido a Jesucristo o Este a los profetas. San Antonio, un tanto avergonzado por la ignorancia de su discípulo, le mandó ásperamente que guardara silencio y saliese de la ermita. Pablo obedeció al punto y no volvió a abrir la boca, hasta que algunos monjes comunicaron el hecho a san Antonio, quien había olvidado ya el incidente. Comprendiendo que el silencio de Pablo era una muestra de perfecta obediencia, exclamó: "Este monjecito nos deja atrás a todos, pues obedece sin chistar a la menor indicación de la voluntad de un hombre, en tanto que nosotros cerramos con frecuencia los oídos a las palabras que vienen del cielo". Cuando san Antonio juzgó que había probado suficientemente a san Pablo, le destinó una celda a unos cinco kilómetros de distancia de la suya e iba a visitarle con frecuencia. Pronto descubrió que san Pablo poseía singulares dones espirituales y un poder de curar y exorcizar más grande que el suyo. Así, cuando san Antonio no podía sanar a un enfermo, lo enviaba a san Pablo, quien le curaba infaliblemente. Otro de sus dones era el de leer en los corazones; al ver a un hombre en la iglesia, con sólo mirar su rostro, podía decir si sus intenciones eran buenas o malas. Guiado por esos signos de la divina predilección, san Antonio llegó a estimar a su anciano discípulo más que a ningún otro y, frecuentemente le ponía por modelo. Se le conoció como "el orgullo del desierto".
Se dirigió hacia donde estaba san Antonio Abad, con el fin de ser su discípulo, pero Antonio le sometió a varias pruebas y le dijo que es muy viejo para la vida eremítica y le aconsejó cambiar de idea; para ello, le cerró la puerta de su celda (durante tres días que permaneció cerrada); Antonio salió para ver si se había marchado y le vio allí sentado en el mismo lugar; esto enterneció al santo eremita que le dio de comer y le puso otras pruebas: le ordenó trenzar una gruesa cuerda con palmas y Pablo, hizo una de 95 brazas, pero estaba mal hecha y Antonio le ordenó que la deshiciera y que la volviera a hacer, y así lo hizo sin decir una palabra a pesar de la dificultad que le suponía. Por último Antonio le preguntó si quería comer -"Como le guste, Padre" -le dijo, y le presentó un pan hecho con harina y agua: "Esto me basta", dijo Antonio; "También a mi, porque quiero ser un perfecto monje" dijo Pablo. En otra ocasión, con algunos huéspedes en la ermita, san Pablo interrumpió la conversación para preguntar si los profetas habían precedido a Jesucristo o Este a los profetas. San Antonio, un tanto avergonzado por la ignorancia de su discípulo, le mandó ásperamente que guardara silencio y saliese de la ermita. Pablo obedeció al punto y no volvió a abrir la boca, hasta que algunos monjes comunicaron el hecho a san Antonio, quien había olvidado ya el incidente. Comprendiendo que el silencio de Pablo era una muestra de perfecta obediencia, exclamó: "Este monjecito nos deja atrás a todos, pues obedece sin chistar a la menor indicación de la voluntad de un hombre, en tanto que nosotros cerramos con frecuencia los oídos a las palabras que vienen del cielo". Cuando san Antonio juzgó que había probado suficientemente a san Pablo, le destinó una celda a unos cinco kilómetros de distancia de la suya e iba a visitarle con frecuencia. Pronto descubrió que san Pablo poseía singulares dones espirituales y un poder de curar y exorcizar más grande que el suyo. Así, cuando san Antonio no podía sanar a un enfermo, lo enviaba a san Pablo, quien le curaba infaliblemente. Otro de sus dones era el de leer en los corazones; al ver a un hombre en la iglesia, con sólo mirar su rostro, podía decir si sus intenciones eran buenas o malas. Guiado por esos signos de la divina predilección, san Antonio llegó a estimar a su anciano discípulo más que a ningún otro y, frecuentemente le ponía por modelo. Se le conoció como "el orgullo del desierto".
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