Grande.
Nació en Maguncia, y según la costumbre de la época fue ofrecido desde niño a la abadía de Fulda, donde pasó prácticamente casi toda su vida. La escuela del monasterio que se hallaba bajo la dirección del abate Bangulfo era muy famosa, y Rabano correspondió con mucho ahínco a la instrucción.
Después de haber recibido una instrucción elemental en la abadía, la completó en Tours, donde estudio durante dos años con Alcuino de York. Alcuino le cobró mucho afecto y le apodó “Mauro”, por el discípulo favorito de san Benito, y cuando el joven había regresado a Fulda, le escribió cartas conmovedoras llenas de consejos. "Sé un padre para los pobres y necesitados", le dice en una de ellas, "sé humilde al servir a los demás, generoso al otorgar beneficios y así descenderán sobre ti sus bendiciones".
Siendo monje en Fulda, en el 799, fue encargado de la escuela de la abadía; en el 801 fue ordenado diácono. En 805 los monjes, tuvieron una época muy dura, cuando al hambre siguió la peste. Más duro se le hizo a Rabano abandonar sus amados libros para dedicarse a un trabajo manual, para el cual era bastante inepto. El abad Rathgar había dado la orden de que todos los monjes trabajaran en la obra de construcción. Fue ordenado sacerdote en el 815, y bajo el abad san Egil, reanudó su labor escolástica como profesor. Nunca omitió ninguna de las prácticas prescritas por su Orden, aunque su labor de enseñar y de escribir le llevaban mucho tiempo.
En 822, llegó a ser abad y probablemente fue entonces cuando escribió la mayoría de sus obras, particularmente las sesenta y cuatro homilías que han llegado hasta nosotros y que ilustran su competente método de enseñar, (aunque se quejaba tristemente de que "es un gran impedimento el procurar que estos jóvenes tengan lo suficiente para comer"). Era tan obediente a la Santa Sede, que se le llamaba "el esclavo del Papa", y aborrecía de tal modo la herejía, que para él todo hereje era un anticristo; se basaba en la autoridad de los Padres para todo lo referente a asuntos dogmáticos y desconfiaba de las innovaciones. Su fama se había extendido tanto, que lo encontramos continuamente en sínodos y concilios, en diversas ciudades. Acabó los edificios del monasterio y construyó iglesias y oratorios en todas las fincas que pertenecían a su casa. También construyó uno o dos monasterios.
En el 847 renunció al cargo, pero en el mismo año fue nombrado arzobispo de Maguncia, donde demostró notable capacidad. De ahí en adelante, Rabano vivió quizá más activamente que nunca: jamás suavizó su antigua regla de vida, no bebía vino ni comía carne. Tres meses después de haber sido elegido arzobispo, convocó un sínodo, que dio por resultado una serie de resoluciones referentes en su totalidad a una observancia más estricta de las leyes de la Iglesia. Estas reglamentaciones le ganaron adversarios al nuevo arzobispo; se formó una conspiración contra su vida, pero se descubrió, y él perdonó a los conspiradores magnánimamente. Un segundo sínodo tuvo lugar en 852 y Rabano contribuyó a que se condenaran las doctrinas del monje Gottschalk, que había estado difundiendo doctrinas heréticas sobre la gracia y la predestinación, basado sobre una exageración de las enseñanzas de san Agustín. Rabano conservó sus energías casi hasta el fin. Viajaba por la diócesis con sacerdotes letrados, enseñando, predicando y reconciliando a los pecadores con Dios.
Fue célebre por su caridad hacia los pobres, cada día invitaba a 300 menesterosos a su casa. Eminente estudioso, promovió la instrucción del clero. Sus comentarios a la Biblia, sus homilías, su Martirologio y sus obras poéticas (probablemente fue quién compuso el "Veni creator spiritus") revelan una mente válida aunque no original, empapada de las Escrituras y de las obras de los Padres de la Iglesia. Aprendió el griego, el hebreo, algo del siríaco. Se le dio el título de “Preceptor de Alemania”.
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