Bien instalado.
En medio de sus trabajos por los otros, no olvidó que la verdadera caridad empieza por sí mismo y trabajó ante todo por su propia santificación. En las diócesis que estaba encargado de gobernar, distribuyó hombres capaces de instruir y sostener a los fieles. El santo se alarmó al enterarse de que Eusebio, el obispo de Cesárea, favorecía la nueva herejía (se trataba del Eusebio conocido como "el padre de la historia eclesiástica"). La desconfianza que mostró Eustaquio por la doctrina de ése y otros obispos, así como su acusación en el sentido de que habían alterado el Credo de Nicea, provocaron contra él las iras de los arríanos, quienes consiguieron deponerlo hacia el año 330.
Antes de salir de Antioquía el pastor congregó a su grey y la exhortó a mantenerse fiel a la verdadera doctrina. La exhortación fue tan eficaz que se formó un grupo de "eustacianos" para preservar la pureza de la fe y negar el reconocimiento a todos los obispos que enviasen los arríanos. Desgraciadamente, esta lealtad degeneró más tarde en sectarismo contra los prelados ortodoxos.
Eustaquio fue desterrado con algunos sacerdotes y diáconos a Trajanópolis de Tracia. No sabemos con exactitud el sitio ni la fecha de su muerte. La mayoría de sus copiosos escritos se perdió. Entre las obras suyas que se conservan, la principal es una disquisición contra Orígenes, en la que critica los poderes de la pitonisa de Endor (1 Re. 28:7-23). Sozomeno recomienda las obras de san Eustaquio por su estilo y contenido. Pero nada muestra mejor la virtud del santo que la paciencia con que sobrellevó las acusaciones calumniosas que se le hicieron en cosas de importancia y, después, la deposición y el destierro. Eustaquio fue más grande en la desgracia de lo que había sido cuando sus virtudes brillaban pacíficamente en el gobierno de su sede.
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