Nació en Treia, antiguo municipio romano, en la provincia de Macerata. También fue religioso activo, sobre todo en el ministerio de la palabra, como predicador irresistible. Las "Florecillas" lo califican como “estrella brillante en la provincia de la Marca y hombre celestial”. Y el martirologio franciscano dice de él que fue “célebre por su santidad y su predicación, insigne por su devoción y sus milagros”. Por algún tiempo participó del movimiento religioso de la Congregación Celestina, pero no adhirió a la corriente secesionsita de los “herejes fratricelos”.
Ingresó muy joven en los franciscanos y parece que recibió el hábito de manos del mismo san Francisco de Asís. Permaneciendo por largo tiempo en el monte Alvernia.
Pedro fue también apóstol de la predicación, recorrió la región de las Marcas fascinando con su sagrada elocuencia a las multitudes. Tuvo el don de conmover a los pecadores, que mediante una buena confesión, arrepentidos, eran por él conducidos a Dios.
Son famosos sus éxtasis y visiones. En Ancona el superior del convento lo encontró en la iglesia en oración, elevado de la tierra. Más tarde, en el convento de Forano, fue Pedro quien observó una escena admirable en la cual la Santísima Virgen colocaba afectuosamente el niño Jesús en manos del cohermano beato Conrado de Offida. Pedro de Treia y el beato Conrado de Offida, ambos de las Marcas, ambos franciscanos, ambos honrados, no solamente fueron cohermanos y compañeros de apostolado, sino también verdaderos compañeros de alma, cuya santidad procedía por caminos iguales, y se alentaban mutuamente en una santa emulación. Vivió en los conventos de San Francisco de Ancona, en Forano y en Sirolo. Pedro murió en el convento de Sirolo, a los 79 años de edad. Sus restos reposan en la iglesia del Rosario de Sirolo en la provincia de Ancona.
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