La que jura por Dios. Dios conoció. Dios es plenitud. Dios ha ayudado.
Única hermana de san Luis IX, rey de Francia. Isabel se cría en la corte paterna bajo los cuidados de su madre, la beata Blanca de Castilla, que infundió en ella, como en su hermano Luis, los más fervorosos sentimientos religiosos. Ya de pequeña aprendió a amar a los pobres y a emplear mucho tiempo en los actos de piedad y culto divino.
Solicitó su mano el príncipe Conrado, hijo y heredero del emperador Federico II. La propuesta fue acogida con satisfacción por la reina viuda beata Blanca de Castilla y por su propio hermano san Luis, y al papa Inocencio IV, a quien se había dado noticia de la petición, le pareció buena para soldar la paz entre los príncipes cristianos y le escribe a Isabel diciéndole que contaría con su bendición. Pero Isabel contesta al Papa que ella ha hecho voto de virginidad y que desea mantener su consagración a Dios. Inocencio IV contesta a la princesa que no puede menos que alabarla por esta deliberación y que la animaba a proseguir en tan santo propósito.
Isabel prosigue entonces en medio de la corte llevando una vida dedicada a la caridad y a la piedad y puede ver cómo su hermano Luis, llevado de un alto idealismo, marcha a las Cruzadas, donde sus armas no consiguen el triunfo esperado sino que incluso es apresado y a gran precio recupera la libertad. Estando su hermano ausente, muere su madre Blanca.
A partir de entonces ya no se cree necesaria en la Corte y piensa poner en práctica el propósito concebido de fundar un convento de clarisas en el que pasar el resto de sus días. Su hermano le da la oportuna licencia y surge así el convento de Longchamp el año 1257, que ella coloca bajo la advocación de la Humildad de Nuestra Señora. Parece claro que, aunque la Orden Franciscana presenta a Isabel como monja de la Segunda Orden y con ese título se confirmó su culto, en realidad ella nunca profesó ni emitió los votos religiosos. Vivió en un ala del convento, en una especie de casa aparte, no en las celdas de las monjas, y continuó su costumbre de generosidad extrema con los pobres. De esta forma además evitó el que las monjas la pudieran elegir abadesa.
Su vida fue santa: toda ella dedicada a la oración, la penitencia y las buenas obras, pudiendo ser vista en éxtasis con que el señor la favorecía. Murió con fama de santidad. Su culto fue aprobado en 1521 por León X.
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