Pequeña.
Nació en Brescia, en el seno de una familia noble. Se casó con el conde de Benasco, Ludovico Costa, sin mucha convicción y obligada por sus padres, ya que quería ser religiosa. Se dejó arrastrar por la vida mundana de su matrimonio, pero empezó a sufrir mucho las borracheras de su marido y sus infidelidades. Tuvo un hijo a quien llamaron Juan Francisco.
Tuvo como director espiritual al beato Ángel Carletti de Chivasso que le dijo: "ruegue por la conversión de su marido, hija mía, súfralo hasta que él se convierta...". Encontró así un sentido a su vida... se dedicó a los desgraciados y permaneció muy ligada a su casa. Se hizo terciaria franciscana. Entre los años 1493-1503 hubo una hambruna que dio ocasión a Paula para ejercitar la generosidad con los muchos indigentes que acudían a sus puertas.
Tuvo como director espiritual al beato Ángel Carletti de Chivasso que le dijo: "ruegue por la conversión de su marido, hija mía, súfralo hasta que él se convierta...". Encontró así un sentido a su vida... se dedicó a los desgraciados y permaneció muy ligada a su casa. Se hizo terciaria franciscana. Entre los años 1493-1503 hubo una hambruna que dio ocasión a Paula para ejercitar la generosidad con los muchos indigentes que acudían a sus puertas.
El esposo, que no comprendía ni aprobaba el cambio operado en su mujer, se volvió más soberbio, avaro, duro, disoluto; Paula estuvo como prisionera, y no pocas veces el conde la maltrataba a golpes, bofetadas e inclusive patadas; se volvió cruel hacia ella y la humilló hasta el extremo, dando pie a que la misma servidumbre no tuviera respeto alguno a su señora. Ludovico, que tenía una amante, acabó acogiéndola en su propia casa por más de diez años, a la vista de su mujer, de los domésticos y de la gente del entorno. Paula, aconsejada por el beato Ángel, no explotó ni simplemente se resignó; reaccionó, sí, pero no como enemiga o víctima, sino como esposa enamorada y preocupada por salvar a su marido de las redes pasionales que lo aprisionaban y lo llevaban a la perdición. En 1504 la amante del conde enfermó gravemente y todos la abandonaron. Solamente Paula se dedicó a cuidarla y la preparó para morir reconciliada con Dios.
Finalmente, el sacrificio y comportamiento de Paula dieron su fruto: el conde comprendió la calidad humana y espiritual tan elevada de su esposa, se convirtió de su vida disipada y le permitió a Paula llevar externamente el hábito franciscano y practicar libremente sus obras de piedad y de caridad. Sucedió que el conde cayó gravemente enfermo, y ella lo cuidó como esposa amante y enfermera suya; además, en sus oraciones lo encomendó al beato Ángel, que había fallecido en Cúneo. Ludovico se curó y fue en peregrinación a visitar la tumba del Beato; el relato de esta curación se incluyó en las actas para la beatificación del P. Ángel. Cuando más tarde Paula quedó viuda, se dedicó con total entrega a educar al hijo y a asistir a los pobres y enfermos. Muchas veces el Señor premió su caridad con prodigios. Murió en Bene Vagienna (Cúneo), donde había vivido de casada. El pueblo la veneró de inmediato, apreciando en ella sobre todo su modo de vivir el matrimonio con aquel marido; en su tierra natal subsiste el dicho: “Ha sido probada como la beata Paula”. Su culto inmemorial fue confirmado por el papa Gregorio XVI el 14 de agosto de 1845.
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