(María de Pisa, Catalina Mancini).
Excelsa. Amada de Dios. Hermosa, espejo. Amargura.
Catalina pertenecía a la familia Mancini de Pisa. Desde la infancia recibió extraordinarios favores místicos, como la aparición de su ángel custodio. Se casó muy joven (a los 12 años) y a los 16 se quedó viuda con dos hijos; se casó de nuevo, pero después de ocho años, murió su segundo marido del que tuvo cinco hijos. Todos los hijos de la beata parecen haber muerto jóvenes.
La familia de Catalina intentó casarla por tercera vez, pero ella se opuso resueltamente y se entregó en alma y cuerpo a las obras de piedad y caridad. Convirtió su casa en hospital. Se cuenta que acostumbraba beber el vino con el que lavaba las llagas de los enfermos y que, en cierta ocasión experimentó tal dulzura al beber ese vino, haciendo fuerza a su naturaleza, que llegó a convencerse en su fuero interno de que el misterioso enfermo al que haba atendido no era otro que Cristo. En aquélla época de su vida, Catalina estaba bajo la dirección de los dominicos, en cuya Tercera Orden había ingresado. Probablemente dichos religiosos le pusieron en contacto con santa Catalina de Siena, y todavía se conserva una carta que esta santa escribió a "Monna Catarina e Monna Orsola ed altre donne di Pisa". En algunas ocasiones la beata tenía éxtasis en la calle.
Más tarde ingresó Catalina en el relajado convento dominicano de Santa Croce, con el objeto de restablecer en él la estricta observancia. Se cuenta que la beata consiguió reformarlo, pero que todavía aspiraba a una vida de mayor perfección. Así pues, junto con beata Clara Gambacorta, partió de Santa Croce a fundar otra comunidad en un convento, construido con esa mira por el padre de Clara. Dios bendijo la nueva fundación, que se convirtió en un modelo de vida religiosa, famoso en toda Italia. Ahí murió la beata María Mancini. Su culto fue aprobado el 2 de agosto de 1855 por Pío IX.
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