(Cristina de L'Aquila de los Abruzos).
Origen de Cristo. Ungida.

La gran piedad, la sumisión más completa y la absoluta humildad de que dio cotidianamente claras pruebas, le alcanzaron en breve la veneración de todas las hermanas de hábito que no tardaron en elegirla abadesa, cargo para el que, muy a pesar suyo, fue reelegida repetidas veces. Su vida fue vivir la pobreza en su totalidad; se cuenta que solamente tenía mucho cariño a un objeto personal y devoto, y era una imagen de San Marcos, cuando se dio cuenta que aquello podía ser un apego lo separó de sí. Un día un pintor regaló a nuestra santa un cuadro idéntico, sin saber de su renuncia.
Conocida por su santidad, por sus visiones y los milagros realizados, Cristina fue visitada continuamente por una gran muchedumbre de personas, desde las más modestas a las más distinguidas. Entre los diversos éxtasis con que Dios quiso favorecerla, dos resultan verdaderamente admirables: el tenido en una solemnidad de la fiesta del Corpus, cuando se la encontró levantada sobre tierra más de cinco palmos, mientras sobre su pecho resplandecía la hostia santa dentro de un ostensorio de oro (expresión con la que suele representarse a la beata), y el acaecido en un viernes y sábado santos, en los que, según su propia confesión, llegó a sentir en su carne gran parte de los dolores de la Pasión del Señor.
Todo en ella fue silencio y modestia. De salud precaria y afligida por distintas enfermedades, Cristina murió. Suprimido el monasterio de agustinas de Santa Lucía el 12 de octubre de 1908, los restos mortales de la beata fueron trasladados al monasterio de San Amico. El culto que se le tributaba desde tiempo inmemorial, fue confirmado en 1841 por Gregorio XVI.
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