Nació en Roma y fue el cuarto obispo de Orleans, tuvo como discípulo a san Aniano de Orleans. Según su Vida, del todo inverosímil, él habría dedicado la catedral a la Santa Cruz y designado a san Aniano como su sucesor. Un día, cuando celebraba la misa, la mano de Jesucristo apareció encima del altar repitiendo los gestos del oficiante: cuando elevaba el cáliz, la mano aparecida también ascendida... Ese sincronismo se repitió muchas veces.
Según narra otra leyenda: durante un concilio celebrado en Orleans y reunidos muchos obispos para tratar el la condena de las herejías reinantes en aquellos turbulentos años del 358. Estaban trabajando a fondo. Mientras hacía un día la oración acostumbrada, entró un desconocido y todos pusieron cara de sorpresa. Un guardián del templo, picado por la curiosidad, se acercó a él y le preguntó qué hacía allí. "Soy subdiácono de la Iglesia y mi nombre es Evorcio. Mi patria es Benevento y vengo en busca de mis hermanos Eumorcio y Casia. Están cautivos y quiero que le den la libertad".
El guardia le llevó a su casa y lo alojó en ella. Al día siguiente se puso en camino. El guardia lo llamó y le dijo: "Amigo de Dios, ¿no sabes lo que pasa aquí?. Desde que murió el obispo, no han encontrado a un sucesor. Hay dos bandos y nadie se entiende. Quédate con nosotros". Se fue a la iglesia y se colocó al lado del guardián. Rezaron juntos. Y en ese momento apareció una blanca paloma sobre Evorcio. Todos, sin dudarlo, le nombraron obispo, y gobernó la diócesis durante 30 años.
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