Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Catalina Labouré, virgen, de las Hijas de la Caridad, que de manera singular honró a la Inmaculada y brilló por la simplicidad, caridad y paciencia.

Nadie supo que en su juventud, el 27 de Noviembre de 1830, estando orando con toda la comunidad en la capilla del convento de París, y se le presentó María con este dialogo: "Esta esfera que tu ves, representa el mundo entero y a cada persona en particular; estos rayos son el símbolo de la gracia que yo derramo sobre los que las piden. Haz acuñar una medalla según este modelo. Recibirán abundantes gracias y gozarán de mi protección todas las personas que la lleven bendecidas y pendientes del cuello, y recen con confianza esta plegaria: ¡Oh! María sin pecado concebida, rogad por nosotros los que recurrimos a Vos". María también le pidió que las Hijas de la Caridad volvieran a la fidelidad de la regla. Empezó así la devoción a la medalla milagrosa.
En 1832, el padre Aladel, su confesor, (que en un principio fue muy aspero y duro con ella) visitó a monseñor Quelen, arzobispo de París, y consiguió permiso para grabar la medalla, según la Virgen había manifestado a Catalina. El mismo arzobispo de París pudo comprobar los frutos espirituales de la medalla en varias ocasiones. La medalla se propagó muy rápidamente. Catalina se preocupó mucho de ello, pero con tanta discreción que se mantuvo en secreto el nombre de la vidente. Ella sólo hablaba con su confesor y seguía su vida normal.
El pueblo la llamó la Medalla Milagrosa por los muchos prodigios que obraba. El más famoso fue la conversión del judío Alfonso de Ratisbona. Ratisbona aceptó por cortesía una medalla de la Virgen Milagrosa, con la recomendación del rezo diario del "Acordaos" de san Bernardo. Visitó en Roma, la iglesia de Sant'Andrea delle Fratte. Se acercó a la capilla de María que se le apareció tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y quedó transformado. Se bautizó, se ordenó sacerdote, convirtió a muchos judíos y fundó las Hermanas de Sión para este apostolado.
Mientras tanto, Catalina vivió en la humildad y el anonimato. Se trasladó en 1835 al hospicio de Enghien, en Reuilly, a 5 kms de París. Atendió a los ancianos, trabajó en la cocina, en el gallinero, en la enfermería, en la portería. Sufrió en silencio la falta de comprensión del nuevo confesor. Consiguió que se levantase el altar, con la estatua que perpetuase las apariciones, en la capilla donde había recibido las confidencias de la María. Catalina murió en París, un 31 de Diciembre, 46 años después de la aparición y hasta después de su muerte no se reveló que ella había sido la vidente de este magno hecho. Fue canonizada en 1947 por Pío XII.
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