Martirologio Romano: En el cenobio de Antidio, en Bitinia, san Juanicio, monje, que, después de más de veinte años al servicio de las armas, vivió solitario en varias montañas del Olimpo, y solía acompañar su oración con estas palabras: Dios es mi esperanza, Cristo mi refugio, el Espíritu Santo mi protector.
Nació en el pueblo de Maricat en Bitinia, en el seno de una humilde familia. Desde su niñez tuvo que cuidar el ganado familiar. Sirvió en el ejército y a los 40 años, renunció entonces al mundo, ansiando entrar prontamente en el desierto. Sin embargo, por consejo de un anciano experimentado en la vida monacal, el santo permaneció dos años en el monasterio de Antidio en Bitinia, instruyéndose en la obediencia monacal, las reglas monacales y sus prácticas. Él aprendió también a leer y escribir.
Después se retiró como ermitaño en el monte Olimpo, pero la veneración que el pueblo le tenía le obligó a huir en busca de la soledad de un eremo a otro. Su oración preferida era: “Dios mi esperanza, Cristo mi refugio, Espíritu Santo mi protector”. Sólo después de doce años de vida ascética lograron que el ermitaño aceptase la tonsura monacal. Y éste pasó tres años en el aislamiento, envuelto en cadenas, después de ser tonsurado. Al envejecer, se estableció en el monasterio de Antidiev y vivió en aislamiento hasta su muerte. San Juanicio vivió setenta años como asceta y logró un alto grado de perfección espiritual. A través de la misericordia de Dios el santo adquirió el regalo de profecía, como ha relatado su discípulo san Pacomio. El anciano también levitaba cuando oraba. Combatió a los iconoclastas. Presintiendo su muerte, san Juanicio durmió en el Señor, a la edad de noventa y cuatro años. Los griegos tienen una gran veneración por su memoria.
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