Martirologio Romano: En Padua, en la región de Venecia, beata Elena Enselmini, virgen de la Orden de las Clarisas, que sufrió con admirable paciencia multitud de dolores y hasta la pérdida del habla.
Era hija de la noble familia de los Anselmini de Padua. A los 13 años decidió entrar en un convento que hospedaba, en dos moradas distintas, a las monjas y a los frailes de la Orden de san Francisco, en una zona llamada "la Celda vieja" (la actual Arcella), y fue el propio san Francisco de Asís quién le impuso el velo. San Antonio de Padua, la preparó teológica y moralmente.
Durante seis años su experiencia como clarisa fue luminosa y gozosa, no obstante el rigor de la regla. Pero a los 20 años, surgieron los años de las tinieblas, tinieblas incluso en sentido físico, con enfermedades que la dejaron afásica; pero fueron sobre todo las tinieblas del alma: fue probada en la duda y en la aridez espiritual. Fue tentada en creer que todo era inútil; que la salvación eterna le sería siempre negada. Pero en los momentos de mayor desorientación íntima, se acogió a la fe y a la obediencia a los superiores. Con la tenacidad de una voluntad bien templada, era capaz de encontrar la paz y la certeza de que la Providencia la guiaba a un destino mejor.
Quedaba su enfermedad (se quedó ciega y sorda), y sólo se podía comunicar con los signos del abecedario, y así pudo expresar sus visiones místicas. Un día vio en el Paraíso numerosas almas de religiosos que vivían en comunidad, y esto la sorprendió, pues pensaba que eran las penitencias lo que nos hacía alcanzar el Cielo, en cambio le fue revelado que era la obediencia y el ejercicio de penitencia lo que hacía alcanzar el Cielo.
De complexión grácil y enfermiza, padeció en los últimos quince meses de vida repetidas fiebres, y permaneció durante tres meses sin comer, ni beber, ni pronunciar palabra. El 4 de octubre de 1231, arrebatada en éxtasis, vio a los santos Francisco y Antonio en actitud de cantar las alabanzas del Señor. En definitiva, "el cielo en la celda", hasta el 4 de noviembre, cuando expiró, a los 24 años.
Podemos decir que su cuerpo sufrió en la muerte un proceso natural de momificación y quedó intacto, y las manifestaciones de fervor son exageradas, pero revelan la espontaneidad de una devoción popular hacia esta ilustre clarisa. Su cuerpo, por una circunstancia fortuita, fue colocado en una urna y conservado en la pequeña iglesia del monasterio, hasta el año 1509, en que fue trasladado a la iglesia de Santa María de los Armenios, luego llamada de la Beata Elena. Y, desde 1810, fue trasladado a la de Santa Sofía, donde permaneció hasta el 23 de mayo de 1958, en que fue devuelto a la iglesia de La Arcella. Fue beatificada por Inocencio XII el 29 de octubre de 1695.
No hay comentarios:
Publicar un comentario