Aquel que tiene los ojos claros.
Martirologio Romano: En la ciudad de Hengyang, en la provincia de Hunam, en China, san Cesidio Giacomantonio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, que en la persecución llevada a cabo por los seguidores del movimiento Yihetuan, al intentar proteger el Santísimo Sacramento de las turbas incontroladas, murió tras ser apedreado y quemado vivo, envuelto con un lienzo empapado en petróleo.
Nació en Fossa, en los Abruzzos. Se llamaba Angelo. Sus padres, eran campesinos y profundamente religiosos. A los 16 años decidió ser franciscano e ingresó en el convento de Sant’Angelo. Fue admitido como postulante en 1889 y recibió el hábito de novicio dos años más tarde, adoptando el nombre de Cesidio. Su programa de noviciado lo resumió en tres palabras: obediencia, estudio y oración. En 1892 hizo los votos perpetuos y recibió la ordenación sacerdotal cinco años después en 1897.
Notando su gran aptitud para el apostolado, los superiores lo encaminaron al convento de Capistrano, muy dedicado al ministerio de la predicación, y poco después al de San Martino dei Marsi. En este último se sintió tan fuertemente llamado por Dios a ser misionero que escribió de inmediato una carta pidiendo su traslado a alguna tierra de misión. Sin embargo, sus superiores tenían otros planes y lo enviaron a Roma para profundizar sus conocimientos de Teología. Obedeció como buen religioso, pero no dejó de rezar a la Reina de los Apóstoles para que removiera los obstáculos.
Su oración fue atendida muy pronto: se encontró providencialmente con fray Luigi Sondini, que después de 32 años de trabajos en China llegaba a Italia para reclutar sacerdotes jóvenes y dispuestos a las arduas labores del misionero. En seguida se presentaron tres, entre ellos fray Cesidio, que le explicó la necesidad de obtener el consentimiento de sus superiores. Fray Luigi la consiguió pero con dificultad, ya que el superior inmediato de fray Cesidio, nada contento con perder a un valioso subordinado, llegó a negarle la bendición al momento de partir: “Que Dios te bendiga, yo no lo haré”.
La amargura de esa inusitada despedida no quitó bríos al nuevo misionero, que embarcó hacia China en 1889. En 1900 llegó con sus compañeros a Heng-Tciou-Fu, donde fueron recibidos festivamente por el obispo Mons. san Antonio Fantosanti y una pequeña multitud de fieles.
Fray Cesidio sólo se quedó dos meses en dicho lugar. Era tanta la necesidad de misioneros, que incluso sin hablar bien la lengua china fue enviado por el obispo a Tong-Siong, pequeña comunidad de 500 cristianos. Su primera preocupación fue preparar los catecúmenos para la Pascua; a los pocos días, treinta adultos pidieron el Bautismo. Su ardor misionero lo reflejan estas palabras: “Poder ser una antorcha que comunica luz a los demás, luz de doctrina, luz de buenos ejemplos, luz de santidad… ¡Pobre de mí si no doy buen uso a los talentos recibidos de Dios!” Manifestaba solamente un deseo: evangelizar, conquistar almas para la Iglesia.
Ante la inminencia de un sangriento estallido de persecución, fray Cesidio decidió ir a pedir orientación al obispo. Cuando llegó a la sede episcopal, Mons. Fantosanti se hallaba ausente. Buscó entonces al vicario, Pbro. Quirino Hifling. Fueron interrumpidos por gritos furiosos procedentes de la calle: “¡Muerte! ¡Muerte a los europeos!” Algunos malhechores prendieron fuego a la iglesia e invadieron la casa de la misión. En un primer momento se detuvieron atemorizados ante los dos sacerdotes, y éstos aprovecharon para refugiarse en el presbiterio. Algunos cristianos chinos, en un golpe audaz, lograron salvar al P. Quirino. Pero fray Cesidio había desaparecido…
Lleno de celo por la Sagrada Eucaristía, no podía tolerar su profanación. Así, utilizó los preciosos minutos en que podría haber huido para consumir todas las partículas consagradas. Ante el mismo altar fue atacado con golpes, piedras y palos. Los asesinos lo arrastraron afuera, le enrollaron una tela húmeda en petróleo y lo quemaron vivo. Del mártir sólo quedaron restos de hueso, recogidos a toda prisa por los cristianos. Fue canonizado, con un numeroso grupo de mártires en China, el 1 de octubre del 2000 por Juan Pablo II.
Nació en Fossa, en los Abruzzos. Se llamaba Angelo. Sus padres, eran campesinos y profundamente religiosos. A los 16 años decidió ser franciscano e ingresó en el convento de Sant’Angelo. Fue admitido como postulante en 1889 y recibió el hábito de novicio dos años más tarde, adoptando el nombre de Cesidio. Su programa de noviciado lo resumió en tres palabras: obediencia, estudio y oración. En 1892 hizo los votos perpetuos y recibió la ordenación sacerdotal cinco años después en 1897.
Notando su gran aptitud para el apostolado, los superiores lo encaminaron al convento de Capistrano, muy dedicado al ministerio de la predicación, y poco después al de San Martino dei Marsi. En este último se sintió tan fuertemente llamado por Dios a ser misionero que escribió de inmediato una carta pidiendo su traslado a alguna tierra de misión. Sin embargo, sus superiores tenían otros planes y lo enviaron a Roma para profundizar sus conocimientos de Teología. Obedeció como buen religioso, pero no dejó de rezar a la Reina de los Apóstoles para que removiera los obstáculos.
Su oración fue atendida muy pronto: se encontró providencialmente con fray Luigi Sondini, que después de 32 años de trabajos en China llegaba a Italia para reclutar sacerdotes jóvenes y dispuestos a las arduas labores del misionero. En seguida se presentaron tres, entre ellos fray Cesidio, que le explicó la necesidad de obtener el consentimiento de sus superiores. Fray Luigi la consiguió pero con dificultad, ya que el superior inmediato de fray Cesidio, nada contento con perder a un valioso subordinado, llegó a negarle la bendición al momento de partir: “Que Dios te bendiga, yo no lo haré”.
La amargura de esa inusitada despedida no quitó bríos al nuevo misionero, que embarcó hacia China en 1889. En 1900 llegó con sus compañeros a Heng-Tciou-Fu, donde fueron recibidos festivamente por el obispo Mons. san Antonio Fantosanti y una pequeña multitud de fieles.
Fray Cesidio sólo se quedó dos meses en dicho lugar. Era tanta la necesidad de misioneros, que incluso sin hablar bien la lengua china fue enviado por el obispo a Tong-Siong, pequeña comunidad de 500 cristianos. Su primera preocupación fue preparar los catecúmenos para la Pascua; a los pocos días, treinta adultos pidieron el Bautismo. Su ardor misionero lo reflejan estas palabras: “Poder ser una antorcha que comunica luz a los demás, luz de doctrina, luz de buenos ejemplos, luz de santidad… ¡Pobre de mí si no doy buen uso a los talentos recibidos de Dios!” Manifestaba solamente un deseo: evangelizar, conquistar almas para la Iglesia.
Ante la inminencia de un sangriento estallido de persecución, fray Cesidio decidió ir a pedir orientación al obispo. Cuando llegó a la sede episcopal, Mons. Fantosanti se hallaba ausente. Buscó entonces al vicario, Pbro. Quirino Hifling. Fueron interrumpidos por gritos furiosos procedentes de la calle: “¡Muerte! ¡Muerte a los europeos!” Algunos malhechores prendieron fuego a la iglesia e invadieron la casa de la misión. En un primer momento se detuvieron atemorizados ante los dos sacerdotes, y éstos aprovecharon para refugiarse en el presbiterio. Algunos cristianos chinos, en un golpe audaz, lograron salvar al P. Quirino. Pero fray Cesidio había desaparecido…
Lleno de celo por la Sagrada Eucaristía, no podía tolerar su profanación. Así, utilizó los preciosos minutos en que podría haber huido para consumir todas las partículas consagradas. Ante el mismo altar fue atacado con golpes, piedras y palos. Los asesinos lo arrastraron afuera, le enrollaron una tela húmeda en petróleo y lo quemaron vivo. Del mártir sólo quedaron restos de hueso, recogidos a toda prisa por los cristianos. Fue canonizado, con un numeroso grupo de mártires en China, el 1 de octubre del 2000 por Juan Pablo II.
Bienaventurado Hno. Franciscano de nuestra inolvidable tierra abruzesa, desde chico me signó tu ideal misionero, compartiendo, muy "a lo lejos", tu incomprensión justo desde el ambiente fraterno... El privilegio de dar totalmente la vida por amor a la divina dignidad de la SSma. Eucaristía - volviste heróicamente atrás, encontrándote ya en un seguro escape, si bien recuerdo - (summo tesoro, muchas veces ignorado, cimiento y cumbre de toda la Vida de la misma Iglesia) quedará en la eternidad en la plenitud de la participación al Misterio de Jesús Resucitado... Bendito seas, flor de Sacerdote y de Misionero, Santo Mártir de Jesús, Hno. Padre Cesidio. Intercede, por favor, el regalo del Amor a Jesús Eucarístico, fuente de Vida y de Amor eternos para todos los que con la gracia del llamado, recibimos el precioso don de responder... Y qué reflorezca la epopeya de las Vocaciones Franciscanas y Misioneras de nuestro querido Abruzzo, con nuevas "resonancias seráficas" de Celano, Capestrano, l´Aquila, Fossa Aprutina... Y ruega por nosotros, heróico San Cesidio, en ns. Consagración y ns. humilde apostolado...centrados en la SSma. Eucaristía. ¡Amén y Amén! ///
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