Parece que nació en Picenum, en el distrito de Ancona en el sur de Italia, y que entró todavía joven a un monasterio que estaba bajo el gobierno de Montecasino, pero no en el mismo Montecasino, como algunos escritores han supuesto erróneamente. Los saqueos del duque Sico de Benevento lo obligaron a abandonar su convento; entonces se fue a Castellamare, cerca de Sorrento, junto al obispo san Catelo, quien lo recibió muy cordialmente y con quien pronto tuvo íntima amistad. Trabajaron juntos, y cuando san Catelo se retiró a llevar por un tiempo vida solitaria en la cima de una montaña aislada, le confió a Antonino el cuidado de su diócesis.
Sin embargo, pronto Antonino siguió a su amigo a la vida aislada. Los dos tuvieron una visión de san Miguel y esto los llevó después a construir allí un oratorio dedicado al arcángel. Catelo tuvo que volver a su diócesis porque lo acusaban de descuidarla; poco después, se le llamó a Roma y fue puesto en prisión por una falsa acusación. Antonino continuó viviendo en su cumbre, desde donde dominaba una extensa vista de mar y tierra; este picacho llevaba el nombre de Monte Angelo, y pronto se volvió un lugar favorito de las peregrinaciones.
Después de un tiempo, los habitantes de Sorrento le suplicaron que viniera a vivir entre ellos, pues su obispo estaba en prisión y pensaban que Antonino sería su ayuda y sostén. Por lo tanto, abandonó su vida solitaria y entró al monasterio de San Agripino, que regía el abad Bonifacio. A la muerte de éste le sucedió como abad, y todos quedaron admirados de la santidad de este hombre, por su caridad hacia todos. Cuando estaba en su lecho de muerte, parece que pidió que no lo sepultaran ni dentro, ni fuera de la muralla de la ciudad. De acuerdo con esto, sus monjes decidieron enterrarlo en la misma muralla. Murió en Sorrento de donde es patrón.
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