11 de febrero de 2015

NUESTRA SEÑORA DE LOURDES.


Martirologio Romano: Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernarda Soubirous en los montes Pirineos, junto al río Gave, en la gruta de Massabielle, de la población de Lourdes, y desde entonces aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar.


La festividad viene a conmemorar la primera manifestación de María, declarándose Inmaculada Concepción, a Bernardita Soubirous en la gruta de Masabielle en Lourdes. El objeto de la memoria (fiesta mariana menor) no es el hecho histórico de la aparición, sino la exaltación Virgen Inmaculada. 
"Alce los ojos, miré hacia un hueco de la peña, y vi que se movía un rosal silvestre que había en la entrada. Advertí luego en el hueco un resplandor, y enseguida apareció sobre el rosal una mujer hermosísima, vestida de blanco, la cual me saludó inclinando la cabeza". El 25 de Marzo, día de la Anunciación, la niña le preguntó a la Señora; "¿Queréis decirme quién sois y cuál es vuestro nombre?" Lo repitió tres veces. La Señora le contestó: "Yo soy la Inmaculada Concepción". 
Ya en vida de Bernadette, multitud de católicos creyeron en las apariciones de la Virgen María como vehículo de la gracia de Dios, y el papa Pío IX autorizó al obispo local para que permitiera la veneración de la Virgen María en Lourdes en 1862, unos diecisiete años antes de la muerte de Bernadette. 
Según el jesuita Herbert Thurston en «Vidas de los santos de A. Butler»: “Conviene agregar unas palabras, a manera de comentario, sobre dos puntos relacionados con las apariciones de la Santísima Virgen en Lourdes: algunos críticos hostiles trataron de hacer creer que las manifestaciones sobrenaturales habían sido organizadas por el clero, desde Roma, con el propósito de que se confirmara y se popularizara el Dogma de la Inmaculada Concepción que, apenas cuatro años antes, había sido definido por el papa Pío IX. Puede comprobarse lo erróneo de esas críticas, recordando que fueron los informes de los testigos, recogidos por las autoridades locales y sometidos a la atención de la Prefectura del Departamento de Lourdes y al Ministerio del Interior de Francia, los que dieron pie a la historia, sin que el clero o la Iglesia se mezclara para nada en las supuestas apariciones, hasta que la fe las arraigó profundamente en el pueblo y ocurrió la extraña coincidencia del nacimiento de un manantial en la gruta y las gentes comenzaron a llegar allí por miles, desde todos los alrededores. Tampoco es posible que nadie llegue a creer sinceramente que las autoridades de la Iglesia, trataron de popularizar (como se afirmó) un Dogma aprobado por el Vaticano, «recurriendo a la imaginación y a la superstición de las masas» y para colmo, organizaran el fraude en una remota aldea perdida en los Pirineos, a cien kilómetros de la línea férrea más próxima. Además, todos los actos en la vida subsecuente de Bernadette, la pequeña «impostora» que habría servido de instrumento a algún astuto eclesiástico, desmienten categóricamente tal hipótesis. La muchacha no volvió a tener visiones; nunca se le ocurrió adornar con nuevos detalles el relato que hizo desde un principio; jamás demostró sentirse complacida o halagada por la atención que se le dispensaba y nunca obtuvo alguna ganancia pecuniaria por ello. Rehuyendo el cebo de la fama y la popularidad y conservando la sencillez de una niña, Bernadette ingresó a una orden religiosa de hermanas enfermeras, en 1886, a la edad de veintidós años. Hizo el noviciado en Nevers, lejos de Lourdes, y allí se quedó doce años, hasta su muerte; no tomó parte en ninguna de las grandes obras de construcción en torno a la gruta, ni en las ceremonias de la consagración de la basílica.
En segundo lugar, es necesario llamar la atención hacia un hecho muy notable que confirma el carácter único y sobrenatural de las visiones de Bernadette. Durante sus prolongadas visitas a la gruta, mientras permanecía en trance, con los ojos fijos en la aparición que ella veía tan claramente, diciéndole cosas que hacían llorar de emoción a los campesinos que la observaban, nadie pretendió nunca haber visto lo que ella contemplaba. No hubo una alucinación colectiva, ni escenas de desorden, ni extravagancias, gritos, contorsiones o cualquiera otra muestra de exaltación. En cambio, cuando la serie de visiones de Bernadette había concluido, comenzaron a aparecer por todas partes falsas visionarias que hacían demostraciones repugnantes. Los informes que envió el comisario de la policía a la prefectura sobre este particular son muy claros”. MEMORIA FACULTATIVA

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