Nació en Muccia (Las Marcas) y era hijo de una rica familia; era desde su juventud célebre por sus virtudes. Estudió Derecho en Bolonia hasta que escuchó un día una predicación de san Francisco de Asís (estaba con él un compañero llamado beato Pelegrín), decidieron seguirle y hacerse franciscanos. Francisco le profetizó: "serás sacerdote, ejercitarás el apostolado; servirás a Dios y a tus hermanos en las cargas de la Orden". Rizziero regresó a Las Marcas, fue ordenado sacerdote y casi enseguida fue elegido Ministro en la provincia de Las Marcas. Decía: "Es necesario despojarse del amor de cada criatura y de sí mismos, y abandonarse enteramente a Dios, sin tener para sí ningún tiempo". Formó a los frailes en una austera vida de pobreza y gozosa fraternidad. Llevó una ferviente e incansable predicación evangélica por muchas ciudades y pueblos.
Durante mucho tiempo sufrió una tentación, en la que pensaba que había perdido la gracia de Dios, el amor de san Francisco y que estaba destinado a la perdición eterna. Hizo penitencia, oración, y aquello no se le iba, con lo cual decidió ir a ver a su fundador (que estaba agonizando en Asís) cuando llegó, le recibieron el beato fray León de Asís y fray Masseo, con el encargo de acogerlo con los brazos abiertos y de comunicarle que era entre los frailes el más amado. El caluroso recibimiento y las tiernas palabras calmaron en su corazón la tempestad que padecía. Cuando se acercó a san Francisco, a pesar de estar enfermo, lo abrazó y le dijo: “Hijito queridísimo, fray Rizziero, entre todos los frailes del mundo yo te amo particularmente”. Besándolo, le hizo el signo de la cruz sobre la frente y le dijo: “Hijito queridísimo, esta tentación ha sido permitida por Dios para tu mérito y ganancia”. Rizziero se sintió alividado de la terrible cruz. Obtuvo la última bendición del santo de Asís y regresó a Muccia, donde vivió en la ermita de San Giacomo hasta su muerte. Aprobó su culto Gregorio XVI el 14 de diciembre de 1838.
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