Caudillo, guía. Que brinda sobra protectora.
Hermana menor de san Bernardo de Claraval. Fue criada entre seis hermanos varones, y como ellos tenía un temple caballeresco sin igual. No se dejó mimar por ser mujer. Con ellos competía en los torneos. Con ellos corría tras la presa hasta lograrla. Con ellos montaba los mejores corceles y juntos recorrían las extensas tierras de sus padres. "Tu eres Bernardo en mujer", le decían sus hermanos.
Se casó con un hombre rico, y su vida fue mundana, pero inquieta; buscó el designio que Dios quería de ella, porque había visto que sus hermanos, uno a uno, habían seguido el ideal cisterciense: ¿son felices sus hermanos en el monasterio? ¿cómo servir mejor a Dios?
Una visita a san Bernardo en Claraval produjo en ella una conversión religiosa, después de que sus hermanos se negaran a recibirla, por las galas que portaba y que había dejado de adornar su alma, Hombelina se dio cuenta de su situación y pidió perdón por ser tan vanidosa, entonces sus hermanos la recibieron. Al regreso a su castillo, obtuvo el consentimiento de su marido para hacerse religiosa y entró en las benedictinas negras del convento de Jully-les-Nonnais, cerca de Troyes, donde estaban su cuñada Isabel y su sobrina la beata Adelina. Humbelina sucedió a Isabel como abadesa, y a ella, la beata Adelina. Las tres competían en virtud y santidad. Para las monjas cistercienses fundó el convento de Tart, aunque ella permaneció benedictina negra en Jully. Bernardo eligió este lema para él y Humbelina: "Asociados en el servicio del Amor". "-Preveo que serás santa, Humbelina, le dijo un día Bernardo. -¿Cuáles son las señales de esta santidad? le preguntó su hermana. - La primera de todas es que has conservado intacto el buen humor. Sigues siendo capaz de reírte de ti misma. Buena señal. El infierno nunca ha producido el buen humor".
Humbelina rigió el monasterio con prudencia y con amor. Cuando el Señor la llamó a su seno, acudieron Bernardo y sus hermanos. Llamaron la atención los sollozos del abad de Claraval. Pensaba predicar, pero no pudo. "Ved cómo la amaba", comentaban los presentes. Su culto fue aprobado en 1703 por Clemente XI.
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