Martirologio Romano: En Fujian en China, santos mártires Francisco Serrano, obispo, y Joaquín Royo, Juan Alcober y Francisco Díaz del Rincón, sacerdotes de la Orden de Predicadores, que confirmaron su fe afrontando el martirio.
Francisco Serrano nació en Hueneja o Huériya (Granada) en 1695. Ingresó en los dominicos en el convento de la Santa Cruz la Real de Granada; en 1725 llegaba a Filipinas, y trece años después se cumplía el sueño de su vida: fue a misiones a China. Permaneció 11 años en Fogan y fue arrestado junto a san Pedro Mártir Sans, mientras estaba prisionero en Futsheu fue elegido obispo titular de Tipasa. A últimas horas de la noche, los verdugos fueron en su búsqueda y captura. Francisco entendió que era su última hora y exclamó: “No es que me llamen los mandarines; es Dios quien me llama al cielo”. Le aplicaron un emplasto en la boca y le taponaron la nariz, con tanta precisión que sólo pudo dar seis palpitaciones y murió.
Joaquín Royo nació en Hinojosa de Jarque (Teruel), en 1691, en el seno de una familia hidalga venida a menos. En 1708 tomó el hábito dominico en el convento de Nuestra Señora del Pilar en Valencia, y antes de terminar los estudios se ofreció para ir a las misiones. Era un hombre que dio muestras de una vida llena de Dios, dedicado a la oración y a la vida en común. En 1712, emprendió el viaje para Filipinas, en compañía de Pedro Mártir Sans, hasta que llegaron a Manila donde fue ordenado sacerdote y terminó sus estudios.
En 1715, entró en China. Tras una breve estancia en Macao, llegó a su misión de Fogén, donde a base de oración y ejemplo de vida logró muchas conversiones. En 1717, fue enviado a las provincias de Kiang-Si y Che-Kiang, que estaban desatendidas tras la expulsión de los misioneros; estuvo aquí hasta 1722, año en el que fue nombrado vicario provincial de Fukien, en un momento en que la persecución llegaba a extremos preocupantes. Marchó a la misión de Ki-Tung, donde tuvo que desarrollar su misión en plena clandestinidad.
Fueron 31 años de agotadores trabajos misionales, hasta que en 1746 fue apresado en casa de dos terciarias dominicas, Rosa y Juliana, mientras celebraba la Navidad. Estuvo en la cárcel durante dos años, sufriendo toda clase de torturas. Conducido al suplicio, decía a los que se disponían a asfixiarlo: “Seguir la religión cristiana, que a mi me lleva al cielo”. Uno de los que le escucharon expresaba así el martirio: “Le tendimos en el suelo, le tapamos los conductos respiratorios, y arrojando sobre su cara un saco lleno de cal, acabamos de asfixiarlo”. Fue estrangulado en la prisión de Fue-Tsheu. Murió un 28 de Octubre. Su memoria se celebra el 29 de Octubre.
Juan Alcober nació en Granada en 1694. En el convento de Santa Cruz la Real de Granada profesó en la Orden de Predicadores, y se preparó para la misión de China. En 1725 partió para Filipinas, su primer destino misionero, después en 1728 y durante 16 años trabajó en la provincia china de Fochien. En 1741 fue nombrado Vicario General de la misión de China. Fue arrestado en 1746 y encarcelado en la cárcel de Fu-Tsheu. Murió asfixiado
Francisco Díaz nació en Écija, Sevilla, en el seno de una familia modesta y piadosa en 1713. En 1730 ingresó en los dominicos del convento de Écija, donde estudió humanidades, y manifestó sus deseos de ser misionero. En 1735 se embarcó para Nueva España y luego pasó a Manila, donde fue ordenado presbítero. Aprendió el chino y compuso un catecismo en este idioma. En 1738 marchó a Macao y, propagó el evangelio en Fogan. Su labor en la misma estuvo acompañada de continuos peligros de ser descubierto y, por ello, hubo de sufrir toda clase de privaciones, sobresaltos, desamparo, hambre, sed y frío..., trabajando por la noche y escondiéndose durante el día. Esta labor extenuante duró ocho años, durante los que se entregó por entero a la misión evangelizadora; de allí pasó a Kitung donde sufrió martirio, junto con Francisco Serrano, después de ser delatado por un apóstata.
Fue traslado a la cárcel de Focheu, ...recibió toda clase de tormentos, y compartió la celda con Juan Alcober. Un testigo declaraba: “Nos acercábamos a ellos y vimos que seguían orando muy contentos y nos exhortaban a seguir la ley de Cristo. Los arrojamos al suelo atados con cordeles y, después de darles varias vueltas, tirando fuertemente uno de una punta y otro de la otra, los estrangulamos. Yo les vi con gran gozo orando a su Dios”. Sus restos fueron incinerados, pero pudieron ser recuperados por los fieles. Fueron canonizados por SS Juan Pablo II en el 2000.
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