Martirologio Romano: En el municipio de Castellón de la Plana, en la provincia del mismo nombre de la Región Valenciana, en España, beatos Francisco Carceller Galindo, de la Orden de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, e Isidoro Boyer Oliver, de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, presbíteros y mártires, que, durante la persecución religiosa, fueron fusilados junto al muro del cementerio por quienes odiaban el sacerdocio, y consumaron así su martirio.
Francisco nació en Forcall, Castellón en 1901. Desde muy pequeño, a causa de un tumor blanco, quedó cojo de una pierna. En 1919, profesó como escolapio en Moiá. En 1925 fue ordenado sacerdote en Lérida. Ejerció su ministerio en Barcelona, primero en el colegio de San Antón y después en el de Santa María de las Escuelas Pías. Amaba la liturgia y el canto gregoriano e hizo de ellos instrumento de su apostolado. Fue director de canto.
Al estallar la guerra civil, se encontraba en casa de sus padres en Forcall, pasando las vacaciones, quiso marcharse a Barcelona, pero no pudo. En vísperas de su arresto dijo: “Si me matan, se terminará el reuma; además, la mayor gracia que Dios me puede conceder es la del martirio, pues tendré seguro el cielo”. Murió fusilado en el cementerio de la ciudad de Castellón de la Plana.
Isidoro ació en Vinaróz (Castellón), diócesis de Tortosa, en 1890, en el seno de una familia muy ligada por amistad con el beato Manuel Domingo y Sol; además era hermano del célebre jesuita Padre José María Bover, gran biblista.
Ingresó en el colegio de San José de Tortosa, hasta comenzada la Teología, que terminó como Operario Diocesano del Sagrado Corazón de Jesús, en el seminario de Tarragona como prefecto. Nada mas ordenarse (1912) marchó para Méjico, donde trabajó en el seminario de Cuernavaca como superior; pero le asignaron varias cátedras que le obligaron a desarrollar un gran trabajo, resultas de lo cual cayó enfermo y tuvo que marchar a Tacubya, D.F. de México, para reponerse, hasta que volvió a Cuernavaca. Vivió todas las peripecias de la revolución mejicana, y permaneció allí hasta 1914. Dos cursos que dejaron en él un recuerdo imborrable.
Tras una breve estancia en el seminario de Almería; vivió en Tortosa para siempre, donde fue director espiritual, prefecto, director del “El correo Josefino”, donde influyó en tantos seminarios de la Hermandad. Tenía fama de santo.
Cuando se inició la guerra civil, se marchó para Vinaroz y estuvo escondido en casa de su hermano, pero llegó una columna de milicianos de Tarragona con el fin de matar sacerdotes. El alcalde dijo que si se entregaban los sacerdotes voluntariamente no les pasaría nada sino que sólo estarían presos en Castellón; Isidoro para no comprometer a su familia se entregó voluntariamente. Prisionero en la cárcel de Castellón se estuvo preparando para el martirio. Como había bastantes sacerdote en la cárcel, se organizó una tanda de ejercicios espirituales, hicieron todos confesión; no quiso que su familia le visitara para ahorrarles complicaciones. Junto con 40 detenidos fue martirizado, con 46 años, en las tapias del cementerio de Castellón, gritaron vivas a Cristo Rey. Un guardia civil, que estaba en la segunda fila de los que iban a ser fusilados resultó ileso y pudo huir más tarde, y como testigo narró el martirio.
Juan Pablo II los beatificó el 1 de octubre de 1995 en el grupo de 13 escolapios y 9 sacerdotes operarios diocesanos martirizados en diversos días y en varios lugares en 1936.
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